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ENTRE LÍNEAS
Antonio Vázquez

El calor, la calor, los calores y las calorinas

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El calor del verano
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Con estas temperaturas, la primera medida es aligerarse de ropa. Hasta ahí nos impulsa la inteligencia más elemental. Sin embargo, lo que me he encontrado por las calles, supermercados, playas y piscinas, ha sido al personal -hombres y mujeres- despeluchados, desvestidos o disfrazados de Tarzán.

Asomarse a la costa y observar el panorama produce un efecto desconcertante. No es sobrevolar una selva desconocida para ver a los aborígenes de la tribu. ¡Eso es de una belleza deslumbrante! Me refiero a las zonas de costa con millares de personas que están apiñadas, con apariencia de un cesto inmenso de cangrejos, pero que no abren ningún apetito. ¡No sirven ni para el aperitivo!


Tan es así, que dentro del inmenso gentío, cuando me topo con quien a pesar de las temperaturas no sucumbe a la tendencia dominante de perder por completo el sentido de cualquier elegancia, me dan ganas de gritar un "¡Olé!". 


A su alrededor había millares de croquetas rebozadas en arena, dispuestas para freír. Algunas, cuando empezaban a hervir, se salían de la sartén y daban un paseo para lucir una fisonomía, en bastantes casos decadentes, que no invitaban a otra cosa que a elevar la vista y fijarse en los veleros que lucían una esbeltez incomparable.

Con la perversa costumbre que tiene el que ahora escribe, comencé a hacerme preguntas. ¿Tanto calor supone unos centímetros cuadrados más de tela? Nada se hace sin un fin. ¿Para qué se desvisten? Estas criaturitas tienen padre y madre -que compran la ropa-. ¿Les gusta verlas así, pidiendo a gritos que las miren cual 'mujeres florero'? No exagero. Si al llegar aquí no ha roto esta página en mil pedazos, aportaré alguna prueba.

Enfrascado en estas cavilaciones, me vino a la menoría una anécdota que escuché hace poco. La protagonista era una profesora universitaria de esas que han leído a Platón y piensa que su tarea como educadora es la que se muestra capaz de dar la máxima belleza y la máxima bondad a los cuerpos y a las almas. Ella era muy guapa, todo hay que decirlo. Una mañana de principios de curso en que todavía se va ligera de ropa; harta de ver a las alumnas con tres harapos que se sentaban según les "brotaba", le preguntó a una de ellas: "¿Por qué te vistes así?" Sin el menor gesto de contrariedad, le contestó la interpelada: "Para atraer a los chicos".

La profesora no movió un músculo y se volvió hacia el grupo de chicos para preguntar: "¡Que levante la mano el que busque una chica así para casarse!" No se levantó ni una sola mano. La anécdota es dura pero hay que reconocer que la alumna pudo salir por una evasiva o decir claramente que se metía en temas que no le importaban, pero entró al trapo, y se encontró lo que no esperaba.

Sin duda, esta pobre chica, atraída por las modas, se había convertido en un reclamo. Todos lo somos en el modo de vestir, hombres y mujeres. Y no en ese detalle sino en todos. Tengo un amigo que asegura que al ver los zapatos de un caballero, deduce mucho de su personalidad. Sin duda, nuestro porte externo manifiesta nuestra sensibilidad interior.

Lo dicho de las mujeres -con otras sintonías- se podría decir de los hombres. Me asombra observar a ancianos venerables que van al supermercado con bañador, torso descubierto y zapatillas deshilachadas. Sin duda, la barba es un asunto que respeto y que gran parte lleva con un arreglo esmerado, pero en verano todo vale. Me venía a la cabeza un explorador inglés que pasaba meses en la selva, y se afeitaba todos los días como si fuera a ver a la Reina. El concepto de la dignidad que se debía a sí mismo no le permitía otra cosa.

¿Puritanismo? Eso se queda para la época victoriana. Hoy y siempre una mujer y un hombre son lo que parecen. Ya lo decía Pirandello: "así es si así os parece". Para susceptibilidades afiladas, nada juzgo sobre las intenciones de nadie. Me he referido únicamente al atuendo y de lo que de ahí puede suponer como un impacto muchas veces injusto, porque de esa piel tostada hacia dentro puede haber un ser encantador. Lo curioso es que a veces tomamos un "número cambiado" porque las apariencias son las apariencias.

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