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CRECER
María Solano

Una comida en familia o cualquier otro momento

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Aunque en educación no hay recetas, cuando nos dan la receta y la incumplimos, nos queda un sentimiento de desazón no pocas veces acompañado de cierto grado de culpa. Y como nos han dicho que es muy bueno que la familia comparta mesa y mantel al menos una vez al día, nos entra un agobio terrible al comprobar que cada uno va por su lado con sus enrevesados horarios y que la vida familiar se parece más a una carrera de relevos que a una verdadera comunidad.

La familia idílica la hemos heredado del imaginario colectivo que nos traen hasta el salón las películas americanas. Es una familia con aspecto de feliz que vive en una casa de dimensiones estratosféricas y que cena sistemáticamente un delicioso asado acompañado de toda suerte de verduras al vapor y ensaladas multicolores. Y llegamos nosotros, agostados en marzo, faltos de ideas, malogrados por un duro día de trabajo, y solo somos capaces de configurar eso que llamamos una cena ligera. Para colmo, uno llama para decir que no le esperemos, que se le ha complicado el trabajo. A la hija mayor la tenemos en entrenamiento y no volverá hasta las diez y el pequeño, que ya no aguantaba más, ha caído redondo en el sofá, aún vestido.

Esto se parece muy poco a la escena idílica que se nos planteaba. Pero se acerca mucho más a la realidad que tenemos. Y resulta que, por ser esa nuestra realidad, no debemos pensar que sea tan mala.


Al contrario: detrás de esas "no cenas" se esconden valiosas enseñanzas para nuestros hijos. 


Como el valor del esfuerzo cuando el cansancio nos puede o como el saber ceder ante los demás y adaptarse a lo que cada uno necesita.

Comida en familia
Foto: ISTOCK 

Dado que lo mejor es claro enemigo de lo bueno, en vez de obsesionarnos con la receta perfecta, podemos cocinar nuestro mejor menú con los ingredientes, pocos o muchos, buenos o malos, que nos han tocado en la rifa. ¿Y si en lugar de obcecarnos por cenar juntos cada día cuando ni el tráfico, ni los trabajos, ni los compromisos o de cada cual lo permiten, buscamos el hueco en que sí lo logramos?

Fue Hollywood quien dijo que la ocasión era la cena. Pero cada uno podemos revisar en nuestra casa la mejor de las opciones. En la nuestra, donde mi marido se ocupa de llevarlos al colegio por la mañana y yo por la tarde, a él le encanta disfrutar de la charla que le regalan camino del colegio. Un día a la semana, los llevamos los dos, y son quince minutos agradabilísimos. Como entre semana es imposible cenar, los viernes por la noche se convierten en una ocasión muy especial. Y aprovechamos para hablar mucho los trayectos de fin de semana a casa de mis padres. Solo hay que ser imaginativos porque, como las recetas en educación no existen, la clave reside en adaptar la esencia a nuestra familia, que es única e irrepetible, sencillamente perfecta.

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