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María Solano

Claves para no sobreproteger a los niños

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"Que cada palo aguante su vela". Escuché tantas veces en mi infancia esta expresión que no me costó demasiado comprender en qué consistía buena parte de mi vida cotidiana: en arrear con lo que me tocara. Ahora me doy cuenta de que el ese leit motiv que yo, indefectiblemente, escucho con la entonación de mi madre, es lo que me ha convertido en una persona medianamente capaz.

Si, en medio del juego en el parque me quería quitar el jersey y convertir a mi madre en perchero, ella usaba la frase de marras y yo acababa con el jersey anudado a la cintura. Si me aventuraba a comentar que mi mochila del colegio pesaba mucho, sin ni siquiera animarme a sugerir que me la llevase, volvía a aplicarse la frase y mi mochila acababa en mi espalda que, por cierto, no está ni mejor ni peor por cargar a cuestas con el saber de mi infancia.

Ahora, cada tarde cuando voy a buscar a mis hijos al colegio, me sorprende ver a padres y madres cargados con mochilas multicolores de superhéroes y princesas y niños que revolotean lloriqueando porque ese que han traído no era el batido que querían o porque exigen sin paliativos seguir jugando toda la tarde. Y me doy cuenta de que una buena parte de la sobreprotección de los niños reside en que a ese palo que necesita crecer y fortalecerse no le dejamos aguantar su vela.

Es muy difícil aportar una definición concisa de educación pero desde luego incluye hacerlos capaces. Y la sobreprotección que se propicia a los niños es la peor manera de conseguirlo. Además, el efecto colateral no deseado de esta actitud que los padres llevan a cabo con la mejor voluntad es una autoestima gravemente debilitada y una dependencia de los demás para afianzarse en la toma de decisiones. Veamos algunas claves que nos pueden ayudar a evitar sobreproteger a los hijos:

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-   La mochila: desde que comienzan su etapa escolar, nuestros hijos llevarán de por vida una mochila. Cada vez pesará más. Y siempre contendrá esos pocos objetos de la vida de nuestros hijos que son solo suyos, que solo a ellos competen: libros, cuadernos, estuches... Hacerles el supuesto favor de llevar su mochila los desvincula de las únicas cosas de las que ellos tienen que hacerse responsables. La consecuencia es que poco a poco olvidarán que es su responsabilidad.

-   La ropa: dejar que se vayan vistiendo solos, más con nuestras indicaciones que con nuestra ayuda, les hace sentir capaces y les sirve para trabajar su autonomía. Vestirlos quizá les ahorra trabajo pero cuando se comparen con otros amigos que saben hacerlo solos, habremos generado en ellos un sentimiento de inferioridad.

-   Los deberes: la única forma de aprender a responsabilizarse es responsabilizarse. Los padres que se convierten en agenda de sus hijos generan en ellos una sensación de incompetencia. Como ldos hijos consideran que los padres no confían en ellos, acabarán por exigir que se les dé todo hecho.

-   Las caídas: una buena vía para empezar a ejercitar como padres el control de la hiperprotección es evitar salir corriendo con aire alarmado cada vez que nuestro niño pequeño se cae. Claro está que habrá que correr en más de una ocasión cuando la caída haya sido seria, pero la inmensa mayoría de las veces les hará más seguros y fortalecerá más su carácter el que no le demos importancia y aprendan a sobreponerse.

-   El patinete: salimos de paseo. Nuestros hijos quieren llevar la bici, la moto, el carrito de muñecas... Van felices las tres primeras manzanas y, pasado un rato, se les acaba la voluntad. Si aceptamos cargar con el juguete de vuelta a casa, no conseguiremos que los aprendan s medir sus fuerzas ni a contener deseos inmediatos o valorar expectativas futuras.

-   Las tareas domésticas. Cuando hacemos los primeros encargos a nuestros hijos, las posibilidades de obtener un resultado eficaz son muy limitadas. Pero tenemos que vencer a la tentación de "ayudarles" para resolver el desaguisado. Lo que hoy consideramos un trabajo imperfecto, propio de la edad y condición de nuestros hijos, es en realidad un trabajo camino de la perfección.

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