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CRECER
María Solano

Poner en hora los relojes de nuestra vida

- ISTOCK

Cuentan de mi abuelo Miguel, un hombre que dejó un buenísimo recuerdo entre las personas que lo conocieron, que en una etapa en la que tuvo un cierto cargo en un Ministerio, ponían en hora los relojes al verlo por su puntualidad.

Pero no sólo al verlo entrar, puesto que jamás se demoró un minuto, sino también al verlo salir, porque después de jornadas intensísimas, sus tareas quedaban terminadas y su despacho en perfecto orden a la hora precisa en la que estaba estipulada su salida.

Dedicaba el resto del día a su mujer y a sus cuatro hijos, a cultivar la lectura de las más variadas temáticas y a escuchar música clásica. El secreto de mi abuelo estriba en que era tan trabajador y ordenado como un benedictino. Ocho horas en tres partes y ya entramos nuestra jornada.

Le he escuchado muchas veces a una de esas mujeres a las que tengo por modelo, empresaria, esposa, madre y abuela, que el mundo iría mejor si cada uno de nosotros cumpliera con sus ocho horas de obligaciones correctamente. Porque en demasiadas ocasiones ocurre que las horas que faltan allí se suplen aquí y que por la desidia de unos pagan los otros. Sobre el papel parece sencillo, pero si le dedicamos un rato descubriremos en cuántas ocasiones rompemos el equilibrio benedictino y eso acaba por contagiarse al reto de las áreas de nuestra vida.

Ahora que retornamos a la rutina después de las vacaciones de Navidad es un buen momento para hacer balance de nuestra cotidianeidad y determinar si cumplimos con los dos presupuestos antes expuestos: podrían poner en hora los relojes con cada una de las tareas que tenemos asignadas y cumplimos con excelencia ese tiempo de tarea asignada.

Porque, no nos engañemos, buena parte del debate sobre la conciliación laboral y familiar, sobre el cambio de España a nuestro horario solar, sobre los regímenes de explotación que se han impuesto en las empresas como consecuencia de una crisis que ha devaluado los salarios y multiplicado las horas de presencia, se resolvería con estas dos pequeñas normas.


Pero, aunque sencillas de enumerar, no son tan fáciles de cumplir y requieren de nosotros una firme predisposición para llevarlas a cabo y para enderezar el rumbo tan pronto como se tuerza.


Comparto con vosotros los propósitos que tengo este enero para intentar ser mejor madre y trabajadora con el equilibrio casi perfecto del tiempo y del reparto de horas:

a) Pensar los días. Si no concretamos, incluso sobre el papel, cómo vamos a repartir las horas de cada día, cuáles vamos a dedicar a cada tarea, posiblemente acabemos muchas jornadas con una sensación de frustración por no haber logrado lo ansiado. Si dedicamos un rato a pensar, acabaremos aprendiendo a ser realistas respecto a lo que podemos alcanzar, en qué tiempo lo vamos a lograr y cuánto libre nos queda.

b) Dejar margen para el error. Si nos dedicásemos a apuntar en un papel las numerosas contrariedades sobrevenidas que nos surgen a lo largo del día, la lista sería interminable. Porque aquel refrán que dice que el hombre propone y Dios dispone es experimentado en la práctica en cientos de ocasiones. De modo que si vamos a planificar para cumplir bien nuestras tareas -en casa o en el trabajo- conviene que dejemos algún hueco en blanco por si todo va mal.

c) Cambiar los hábitos para dedicar atención plena a las tareas. Los expertos en organización eficaz del tiempo se están dando cuenta de que la irrupción de las nuevas tecnologías en nuestras vidas limita nuestra atención. Centrar la atención en una única tarea mejorará nuestra eficacia.

d) El mejor trabajo es el que además, está hecho a tiempo. La cultura hispana de presencialidad nos hace creer que si estamos más horas, sale mejor. Pero un buen trabajo es aquel que no requiere más tiempo del necesario. Y si resulta imposible, habrá que plantearse si no tenemos que asignar más tiempo a un trabajo que creíamos más sencillo.

No sabemos qué tal se nos dará el Año Nuevo, pero me gustaría muchísimo que en todas partes me recordaran porque pueden poner el reloj en hora conmigo, porque mis ocho horas dedicadas a cualquiera que sea el menester, están, sencillamente, bien hechas.

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