Actualizado 10/08/2020 14:52

Exámenes finales: guía de supervivencia para aprobar

Exámenes finales
Exámenes finales - ISTOCK - Archivo

Con una cara marcada por la falta de sueño y la casa llena de fotocopias, los estudiantes universitarios se enfrentan, de aquí al mes de junio a las últimas y definitivas pruebas: los siempre agotadores exámenes finales están cerca. Unos optarán por el café y la falta de sueño para afrontarlos. Otros, en cambio, se lanzarán de lleno al tradicional "chuleteo". ¿Dónde queda la disciplina y la organización entonces para preparar los exámenes?

Estudiar con eficacia cuando se es universitario y preparar correctamente los exámenes finales implica saber organizarse con antelación. Del mismo modo, también la disciplina será fundamental a estas alturas, sobre todo ahora que las materias son infinitamente más extensas y complicadas que las estudiadas durante el bachillerato.

Requerimientos básicos para aprobar los exámenes finales

Evidentemente, haber pasado alrededor de seis meses de absoluto vagueo puede ser un gran lastre que no todos los estudiantes pueden llegar a superar... precisamente por ello, es importante que los jóvenes asimilen desde el primer día que la universidad no es el colegio y que la organización y la disciplina son imprescindibles.

Utilizar los libros oportunamente, tomar buenos apuntes y, lo que es más importante, útiles, saber repasar a tiempo, autoevaluarse a menudo... serán las claves para llegar a los exámenes finales sin excesivos agobios y nervios.

Ya pasó el tiempo, además, de las reuniones en grupo para estudiar y trabajar conjuntamente. Es cierto, que este tipo de actividades sirven para ejercitar la expresión oral, solucionar dudas y poner en marcha el espíritu crítico, pero ha llegado el momento de centrarse casi exclusivamente en los procesos de síntesis y memorización.

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3 pilares para preparar los exámenes finales

Pero si existen tres pilares sobre los que fundamentar la preparación de unos exámenes finales son, sin duda alguna, los siguientes:

1. Desarrollo del pensamiento crítico y la capacidad lectora. Es decir, durante los próximos tres meses chicos y chicas tendrán que leer y leer sin parar. De ellos dependerá extractar lo más importante de dichas lecturas y asimilarlas correctamente.

2. Encontrar en cada momento las mejores fuentes de documentación. Debemos tener presente que, los profesores universitarios suelen ser más conferenciantes que orientadores por lo que los estudiantes tendrán que valerse de sus propios medios para completar la formación impartida en las aulas.

3. Establecer un buen método de estudio que se base, principalmente, en la organización, en la concentración y el aprovechamiento del tiempo. Y es que, sobre todo a partir de ahora, los minutos, las semanas y los días serán fundamentales si se desea no llegar al verano con la mochila cargada de suspensos.

Un método de estudio para cada uno

En cualquier caso, conviene tener presente que no existe un método perfecto e igual de válido para todo el mundo. Y, lo que es aún más importante, de nada sirve contar con el mejor método sino se desea estudiar de verdad, pues hasta el sistema más brillante suele fracasar si no se aliña con unas cuantas gotas de fuerza de voluntad.

A partir de ahí, lo más importante será aprender a organizar el material de trabajo, de tal manera que nos resulte realmente sencillo averiguar un dato, encontrar una cita o un ejercicio en pocos minutos.

Además, como los minutos cuentan, cada vez que llegue la hora del estudio habrá que procurar retirar de la mesa de trabajo todo aquello que pueda dar pie a la distracción o constituir un estorbo. También será fundamental estudiar siempre primero las materias más difíciles y dejando para el final aquellas que resulten menos complicadas.

Un truco bastante útil que se debe tener en cuenta es no estudiar una tras otra, aquellas asignaturas que puedan interferirse entre sí. Es decir, si estamos estudiando filología y tenemos que abordar los exámenes finales de latín y griego, procuremos intercalar otra materia distinta con el fin de que no se produzca un "transfer negativo" de conocimientos. En tal caso, podríamos llegar a confundir vocabularios, sintaxis o construcciones, sin ir más lejos.

Del mismo modo, para un universitario es básico procurar relacionar cada uno de los estudios que esté realizando. Así, si estamos analizado el arte del renacimiento no dudemos en adentrarnos, por ejemplo, en las ideas o pensamientos filosóficos de aquella época. Este pequeño recurso nos permitirá ganar muchos puntos en el examen.

Preparar los exámenes finales, ¿cómo lo hago?

Lo ideal a la hora de preparar los exámenes finales es estudiar todos los días un determinado número de horas pues la rutina es una gran amiga de la concentración. Los primeros instantes, aquellos en los que se está más fresco, se dedicarán exclusivamente a estudiar (primero aquellas materias cuyo examen esté más cerca, claro está).

Las últimas horas se centrarán en el repaso de lo estudiado durante los días anteriores. Es importante, asimismo, que a medida que se avance en el estudio se vayan realizando a la par pequeños esquemas o cuadros sinópticos. Este sencillo recurso suele ahorrar mucho tiempo sobre todo en los últimos repasos antes del examen. Además, psicológicamente, no es lo mismo tener que enfrentarse a unos cuantos folios de esquemas que a mil páginas de apuntes emborronados de tanto subrayar.

¿A qué hora me pongo a estudiar?

La mejores horas para estudiar suelen ser las primeras de la mañana. Es en estos momentos cuando la capacidad de memorizar es mucho más efectiva. Aún así, hay muchos estudiantes que prefieren trabajar durante la noche cuando el silencio es más palpable. Evidentemente, en ocasiones es mejor no forzarse, pues si un chico es incapaz de concentrarse nada más saltar de la cama, es más efectivo que se decante por aquellas horas en las que se sienta más predispuesto al estudio.

Y por último, una recomendación que "casi" ningún estudiante suele llevar a cabo. La noche anterior al examen, nada de estudiar. Los repasos siempre son bienvenidos, pero pegarse un atracón intentando memorizar cientos de nuevos textos no sólo no servirá de nada sino que, además, podría terminar en un inesperado "bloqueo". De hecho, no es extraño encontrar a universitarios que se quedaron en blanco el día del examen, no tanto por nervios, como por puro agotamiento físico y mental.

María Viejo
Asesoramiento: Carlos Solís. Abogado y MBA

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