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María Solano

La importancia de confiar en que sí están estudiando

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Si en educación no hay recetas mágicas, en materia de deberes aún menos. Porque es imposible ser categórico ante una realidad que depende de factores tan incontrolables como la capacidad de los niños en las distintas áreas de estudio, su concentración, el dominio de sí mismos, si han descansado bien ese día, la empatía con los profesores, las habilidades docentes de sus maestros, la presión ejercida por los padres, el temperamento de todos ellos y un sinfín de añadidos que conformarían cada día en el estudio.

Hay unas pequeñas pautas generales que las investigaciones recientes muestran como relacionadas con el éxito académico: debemos huir de la tentación de darles todo resuelto porque normalmente esa actitud deriva en una escasa capacidad de resiliencia y una mínima voluntad de esforzarse. Sabemos que no debemos estudiar con ellos porque no les dejamos aprender. Nos lo dicen en cada tutoría en la escuela: tienen que conseguir solos el reto de solucionar los deberes que les proponen.

Pero si estudian solos, si organizan solos sus tareas académicas, se gestionan solos su agenda, ¿cómo sabemos que lo han hecho bien? Tengo una teoría sobre esto: nosotros, los padres, no tenemos por qué saberlo. Nuestro trabajo es ser padres y hay otros señores mejor preparados que nosotros para estas lides que son los profesores. Ellos nos van a decir qué tal lo están haciendo nuestros niños. Y debemos fiarnos de su criterio, porque de eso saben un rato.

Vigilar lo que estudian los niños
Foto: ISTOCK 

Además, ocurre que si nos empeñamos en chequear todo lo que han hecho, podemos caer en un terrible error: convertirnos nosotros en profesores -tarea en la que quizá no seamos expertos- y tratar a nuestros hijos de un modo que no nos corresponde. Nos estaremos 'quemando' innecesariamente por habernos metido en un berenjenal al que nadie nos había invitado. A nosotros nos corresponde que hagan las tareas, no tanto cómo las hagan.


Y es que una cosa es vigilar con delicadeza qué están estudiando y otra muy distinta que nuestra vigilancia acabe por agobiarlos tanto que huyan de nosotros.


Además, si nos convertimos en esos padres estresantes que necesita estar al cabo de cada movimiento académico que se produzca en la vida de nuestros hijos, les estaremos transmitiendo la idea de que no nos fiamos de ellos. Y si, total, en cualquier caso vamos a criticar su trabajo, acabarán por no hacerlo o por no prestarle atención a la espera de nuestras correcciones.

No podemos olvidar que los padres no debemos ser en ningún caso un control previo al de los profesores. De hecho, si corregimos antes de que el trabajo llegue al aula, los docentes tendrán una visión distorsionada de lo que realmente saben nuestros hijos y no les podrán ayudar a mejorar. Hay que pensar en la enseñanza como un proceso de aprendizaje, no como una competición permanente por ver quién lo hace mejor.

A veces son nuestros hijos los que demandan nuestra intervención. En mi más tierna infancia a aquello se le llamaba "tomar la lección". Normalmente era fruto de la falta de seguridad en lo que habíamos estudiado pero también podía convertirse en una buena oportunidad para afianzar la autoimagen después de enseñar a los padres lo bien que lo habíamos hecho. Este tipo de intervención en los estudios se puede utilizar de manera ocasional -por ejemplo, ante unos exámenes especialmente importantes- y con preguntas puntuales, porque no se trata de que vuelva a estudiar todo de nuevo con nosotros, sino de que, con una pregunta aleatoria, confirme que se lo sabe mejor de lo que cree.

El equilibrio es imposible y nuestro modo de actuar dependerá en buena medida de las circunstancias de cada casa, pero no podemos perder de vista que en los deberes de cada tarde nos estamos jugando una parte importante de la confianza de nuestros hijos.

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