Actualizado 22/06/2022 13:56

Begoña Ibarrola: "Una emoción surge por algo y hay que ayudar a los niños a descubrir el detonante"

Entrevista con Begoña Ibarrola, psicóloga y escritora.
Entrevista con Begoña Ibarrola, psicóloga y escritora. - HACER FAMILIA

¿Por qué nos hemos enfadado? ¿Qué nos ha puesto tan tristes? Con más de 30 años dedicada al mundo de la investigación, la escritura y la docencia, la psicóloga Begoña Ibarrola imparte formación a instituciones, profesorado y familias conscientes de la importancia de que los niños sepan gestionar sus emociones. Hablamos con Begoña Ibarrola, experta en Inteligencia Emocional.

Una maestra en emociones

P. Se podría decir que educar en las emociones es una asignatura que tenemos pendiente...
R. Hemos crecido en un entorno en el que la razón y la parte cognitiva del ser humano era la más importante. Íbamos a la escuela a aprender, pero aprender, ¿qué es? Contenidos, conocimientos. Pero desde que se ha descubierto que los seres humanos primero somos seres que sentimos antes de nacer y luego aprendemos a pensar, se ha empezado a revalorizar todo el tema de las emociones. Y todas las investigaciones de la neurociencia que demuestran que no hay aprendizaje sin emoción, que no hay salud sin emoción bien gestionada, que no hay convivencia sin unas buenas relaciones emocionales... han empezado a subir en el ranking de intereses, incluso del entorno educativo.

P. Pero, ¿hay que educar las emociones?
R. Venimos con ellas, pero hay que educarlas. Llevo ya muchos años dando formación en educación emocional y cada vez hay más escuelas, más familias, que se dan cuenta que no han recibido esos conocimientos y que, ahora, tienen que aprender junto con sus hijos. Eso es algo muy bonito también.

P. Los padres tenemos esa carencia de educación emocional, ¿cómo debemos trabajar con nuestros hijos?
R. En primer lugar, las familias tenemos que entender que somos emocionales por naturaleza, forma parte de nuestra constitución, y que todas las emociones deben ser legitimadas. No hay emociones buenas y malas. Todavía hay familias y entornos educativos que reprimen algunas emociones por considerarlas negativas o peligrosas.

P. ¿Cómo podemos enseñar a los niños a gestionar las emociones?
R.  Debemos ayudarles a que las identifiquen, que las comprendan, que se den cuenta de la información que les llega de una determinada emoción. Porque una emoción siempre surge por algo, de tal forma que hay que ayudar a los hijos a descubrir el detonante de esa emoción, por qué se siente así, y luego a que sepa expresarlas, que es quizás el punto más difícil.

P. ¿Podríamos decir que condenamos ciertas emociones?
R. Evidentemente, todas las emociones nos aportan algo positivo. Pero tenemos que aprender a gestionarlas. Simplemente, unas nos hacen sentir mejor que otras. Las familias en general quieren que sus hijos estén contentos y yo les digo: si están contentos todo el día es que les pasa algo.

P. Sin embargo, por naturaleza, ningún padre y ninguna madre quiere ver a su hijo triste...
R. Es normal, pero no le puede evitar la tristeza, ni sus enfados. Tiene que acompañarle, ponerle límites y ha de hacerle ver cómo gestionar esa emoción, desde bien pronto, a los tres años. Por eso, los padres, como adultos, han de valorar todas las emociones y no reprimir ninguna. Que den cabida hasta a las más negativas. Y que, por supuesto, no estén disimulando emocionalmente delante de los hijos. Porque una de las cosas curiosas que a veces sucede es que, inconscientemente, si no quiero que mi hijo esté triste, cuando yo como adulto esté pasando por una situación difícil, disimulo. Y entonces pierdo una oportunidad maravillosa de compartir con mis hijos una emoción.

P. ¿Por qué no es bueno que los padres ocultemos las emociones?
R.
Los seres humanos aprendemos a disimular a los cuatro años y es algo útil para nuestra convivencia social, porque somos seres que nos vemos obligados a disimular en ciertos momentos. Tenemos una estructura cerebral dedicada precisamente a eso: no podemos decir todo lo que pensamos ni expresar todo lo que sentimos. Y eso no significa reprimir, significa ser educados. Hay momentos en los que las familias pueden disimular en un contexto y con una finalidad. No todo se puede expresar en cualquier momento ni en cualquier lugar. Si, por ejemplo, el niño está viviendo una situación triste, no podemos decirle “lo tuyo no es importante, lo mío sí, estoy mucho más triste que tú”; porque no corresponde. Una actitud empática de las familias hacia los hijos sería “cuéntame lo que te pasa”, tragarse la tristeza y gestionarla por su parte.

P. ¿Hay un momento concreto para enseñar regulación emocional?
R. Podemos aprender a ser emocionalmente inteligentes durante toda la vida. Pero la neurociencia ha descubierto que las conexiones neuronales que no se utilizan antes de los dos años se van disolviendo, se pierden. El entrenamiento que se puede hacer desde los tres años se va a convertir, en adulto, en hábitos emocionalmente saludables, porque van a crearse conexiones neuronales que van a facilitar luego esa tarea.

P. ¿Esto significa que hay momentos ideales para comenzar la educación emocional?
R.
Sí.

P. ¿Significa que cuando tengamos cuarenta, cincuenta, sesenta años ya no podremos desarrollar la inteligencia emocional?
R. No. Claro que podemos desarrollarla, igual que podemos aprender idiomas, aunque no con la misma facilidad.

P. ¿Cómo se organizan las emociones?
R. Hay distintos modelos de emociones primarias, siguiendo el estudio de Goleman son aquellas emociones que traemos en nuestro código genético y que ya expresa el bebé en el útero: alegría, tristeza, miedo, enfado, sorpresa y asombro. He visto ecografías de esas seis emociones. Luego hay unas emociones secundarias, por ejemplo, los celos que son nacen del miedo de perder a un ser querido por la aparición de una tercera persona. Una mezcla de amor y miedo. También están la vergüenza, la culpa... que son emociones sociales. No traemos la culpabilidad en el código genético, al igual que hay culturas en las que no existe la vergüenza. Las primarias las compartimos con todos los seres humanos del planeta, vivan donde vivan, tengan el tipo de cultura que tengan y las expresamos de la misma manera todos los seres humanos. Las otras a veces no se expresan porque no se sienten.

P. ¿Es normal que no tengamos interiorizado el saber de la inteligencia emocional?
R. Poco a poco, la gente se va alfabetizando emocionalmente. Cada vez hay más elementos a nuestro alrededor que nos pueden ayudar a comprender el mundo de las emociones, más libros que se publican, más investigaciones de la neurociencia que aportan datos curiosísimos, más profesorado interesado en transmitir esto en las aulas... Sobre todo, desde que se sabe que la emoción condiciona el aprendizaje, porque dirige la atención, la memoria y la motivación.

P. ¿Por qué son tan importantes las emociones hoy en día?
R. Cuando estudié psicología me hablaron de las emociones un día en la facultad para decirme que no se sabía lo que eran. ¿Cómo iban a investigar este campo en un cadáver o en una persona en coma? No había tecnología para abrir la ventana del cerebro y ver lo que pasaba cuando una persona se enfadaba. Todo el campo de investigación de la neurociencia está dando refrendos de porqué son tan importantes las emociones. Hoy en día sabemos que el grado de inteligencia emocional marca el éxito en la vida de una persona. 

P. ¿Los cuentos pueden ser una manera de que los niños aprendan a identificar emociones?
R. Sí, porque los personajes están viviendo esas emociones, pero, además, lo expresan de forma gestual, hablan de los motivos por los cuales están sintiendo esa emoción... Las imágenes en este caso dan una pista de cuál es la forma de expresar lo que sentimos. Porque realmente la emoción es un fenómeno interno que se convierte en externo cuando lo expresamos a través de gestos, del tono de voz o de la postura corporal. Por eso, los niños pueden identificar con muchísima facilidad cada una de ellas y ver también el abanico de expresiones, porque no todo el mundo expresa de la misma manera el enfado, o no expresamos de la misma manera el miedo. Entonces, ver que los protagonistas de estos cuentos expresan de manera diferente determinadas emociones según el momento, el lugar o lo que les sucede, les da pistas a los niños de lo que ocurre en su propia vida.

P. ¿A qué edad deberíamos empezar a trabajar con los niños?
R. A los tres años. Pero, realmente, hay una educación emocional previa que se da antes de nacer. La madre, con la melodía de su voz va transmitiendo emociones y el bebé en el útero siente lo mismo que la madre. Con esa comunicación no verbal tan propia de las emociones, toda la gestualidad de un adulto cuando se dirige a un bebé corresponde a las primeras lecciones de educación emocional. Porque los adultos exageramos tanto la voz como los gestos, ya que sabemos que el bebé no está prestando atención a las palabras, sino a la melodía de la voz y a los gestos. Y eso es un elemento de educación emocional.

Marisol Nuevo Espín

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