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Verlos caer... y llevarlos a urgencias

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Mi cuñada Silvia, que es una madre extraordinaria, siempre dice que es prácticamente imposible evitar que los hijos se caigan. Por cerca que estés, todo lo que puedes hacer es verlos caer y, cuando sea necesario, llevarlos a urgencias.

La semana pasada será recogida en los anales de la historia de nuestra familia como la semana del euro. El euro que mi sobrino David se tragó sin la más mínima voluntad. Estaba jugando con él en la boca mientras mi hermana, a solo unos centímetros de él, terminaba de preparar la cena. David no es un bebé, no hay negligencia alguna por parte de mi hermana. Es un precioso niño de cuatro añazos. "Para cinco", como dicen las antiguas. Mi  hermana, que es extremadamente cuidadosa a la hora de evitar peligros, no podía ni imaginar que la moneda que había sacado de un pantalón camino de la lavadora acabaría en la boca de su hijo mayor y, de ahí, en su aparato digestivo.

¿Han visto el tamaño de un euro? Saquen un momento uno de su bolsillo. Imagine tragarlo. A mí se me antoja imposible incluso intentándolo a propósito y con abundante agua. El primer impulso, claro está, fue el pánico por el miedo al ahogamiento. Ahí entró mi cuñado en acción. Los hombres suelen tener esa capacidad de devolver la calma en medio del caos. El euro dolía entre los llantos y gritos de David hasta que, de pronto, dijo un "ya no me duele" y no había morado por ningún lado.

Niños en urgencias
Foto: THINKSTOCK 

Hospital, radiografía, constatación de que la moneda había llegado pacíficamente al estómago y acabó por ver la luz, tras diez largos días de espera, con revisión pormenorizad de cada deposición -no entro en detalle-, toneladas de espárragos y con el niño encerrado en casa sin poder ir al colegio. Acabada la anécdota, no he querido preguntar qué ha sido del euro en cuestión. Nunca una caca despertó tan alto grado de expectación en los Whatsapps familiares.


Lo que me queda de esta historia es cómo los padres tenemos que estar preparados para el sufrimiento de nuestros hijos, porque llegará, de eso no hay duda.


Podemos evitar los grandes riesgos físicos y morales, podemos guiarles para que, en las situaciones complicadas se hagan el menor daño posible, en su cuerpo y en su espíritu. Pero van a caerse una y otra vez y, como dice mi cuñada, solo podremos estar a su lado en la sala de urgencias.

Allí, unos médicos fabulosos coserán la brecha, enderezarán el tobillo, escayolarán el brazo o nos enseñarán la foto en negativo de la moneda de marras. Pero, cuando lo que se les haya roto sea el corazón, o la autoestima, o el orgullo, o la amistad, cuando la mentira les cause una herida o la traición les haga sangrar, ni siquiera tendremos un hospital al que acudir. Y sin embargo, entonces más que nunca, tendremos que estar muy atentos para llevarlos a unas urgencias que deberían funcionar, a pleno rendimiento, las 24 horas del día, alrededor de esa mesa en la que cada uno de nosotros hacemos familia.

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