Muchos padres han decidido criar a sus hijos sin gritos, sin castigos y sin azotes. Han elegido no perder el control y solucionar los conflictos de la manera más suave posible. Sin embargo, muchos de estos padres, a pesar de su decisión consciente, pierden el control. Por ejemplo, cuando sus hijos empiezan a pelear. O cuando después de un día largo, los niños no obedecen. Los padres, exasperados, recurren a los gritos.