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María Solano

Mi pequeño neandertal: cómo gestionar sus rabietas

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Si... nos cuentan la historia de que el 99 por ciento de la educación procede del ejemplo, pero... ¿me puede alguien explicar cómo es posible que mi hijo muerda si se enfada o gruña cual orangután a modo de protesta? Y para colmo, cuando entra en barrena, cualquier idea que se aproxime a una "educación basada en el razonamiento y la comprensión mutua" brilla por su ausencia.

Vamos, que si en medio de la pataleta más absoluta cuando, en el pasillo del supermercado, nos negamos a comprarle esas terribles patas fritas, intentamos razonar, la respuesta va a ser fina: los gritos se oirán en todo el edificio.

Tengo un pequeño neandertal
Foto: ISTOCK 

Pero es que a veces los padres nos obcecamos en hablar a nuestros hijos como si fueran adultos en miniatura y perdemos de vista que, en realidad, son niños. Eso he aprendido con el libro del doctor Karp, del que me declaro fiel seguidora. Ya me había conquistado con El bebé más feliz, y ahora nos ha editado en español El niño más feliz, la secuela para la difícil etapa entre el año y los cuatro. (Confieso que espero ansiosa el de adolescentes, aunque a lo mejor tiene tamaño enciclopédico* parece mucho más difícil).

Karp establece un símil en su obra que me ha resultado muy elocuente: un niño de esa etapa se parece más a un neandertal en pequeñito que a un homo sapiens en pequeñito. Eso significa que tiene reacciones de neandertal: muerde para defenderse (y no solo para comer), gruñe como forma de amenaza, incluso escupe si lo considera necesario. Hablar no es su fuerte, por aquello de que está empezando a utilizar el lenguaje con fluidez. Y, desde luego, razonar está lejos de sus competencias.


Más aún cuando, colérico, su lado derecho del cerebro, el de las emociones, está hiperactivado y tiene arrinconado a su lado izquierdo, el que podría darnos esperanzas de un comportamiento más racional.


De modo que cuando nosotros, con nuestra mejor intención, nos agachamos en el supermercado y, estratégicamente situados a la altura de sus ojos cual Príncipe Guillermo, le lanzamos mensajes como "esto no es bueno para tu salud", "las grasas polisaturadas pueden convertirte en un niño obeso" o "el exceso de azúcares refinados provoca diabetes de tipo II en adolescentes", ellos en realidad ven a un extraterrestre.

Y claro, gritan. Gritan más, porque no solo no entienden lo que les decimos, sino que se sienten absoluta y totalmente incomprendidos. Como decía Carles Capdevilla en un famoso monólogo: "mamá, dime sí o no, pero dímelo rápido". Si nos ponemos así por unas patatas fritas, a saber la que liamos cuando nos pidan ir a una discoteca.

Karp dice que si ellos hablan en neandertal, debemos hablarles en un lenguaje asequible para sus posibilidades. ¿Implica que nosotros escupamos, gruñamos y mordamos? No. Pero implica que seamos capaces de completar este proceso: hacer que se sientan escuchados y dar las órdenes en frases muy cortas.

A veces solo necesitan saber que están frustrados. Después, nosotros podemos operar con normalidad y decirles que, a pesar de su frustración, que entendemos y aceptamos, frustrados se van a quedar porque nuestra decisión es firme. Curiosamente, el sistema funciona mejor de lo que parece. Y con métodos bastante sencillos habremos sido más eficaces que con el más argumentado de los discursos.

Más información en el libro: El niño más feliz. Autor Harvey Karp, M D. Paula Spencer. Ediciones Palabra.

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