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CRECER
María Solano

¡Que no se acaba lo bueno!

Después de una semana de "reinserción en la cotidianidad" y reorganización de horarios de comidas, cenas y, sobre todo, hora de dormir, nos toca volver al cole. Depende de nosotros que nuestros hijos vuelvan contentos o casi como castigados.

Este año me había propuesto demostrar a nuestros hijos con palabras y obras que el tiempo que media entre los fines de semana, es decir, eso que ellos llaman días lectivos y nosotros laborables, es tan estupendo como el de asueto. Con no poco esfuerzo, hemos tratado de evitar frases tan manidas como la dicha sin gran aplomo un domingo por la tarde cualquiera* "Uf*, mañana es lunes otra vez"; o la no menos mala de "por fin es viernes". Nuestro objetivo es dotar a todos los días de su aliciente para que aprendan a disfrutar de los siete de la semana y no solo de dos.

Empieza el colegio
Foto: THINKSTOCK

Hasta ahí todo bien. Pero cuando, llenos de la ilusión propia de estrenar curso y recuperar a los amigos, salíamos de nuestra casa, el portero ha echado por tierra mis esfuerzos. Sin ninguna mala intención, les ha espetado a los niños un... "¡Que se os acaba lo bueno!" Pues me niego, lo bueno no se acaba, lo bueno es aquello que queramos que sea bueno.


Llevo meses dándole vueltas a esto: la culpa de que a nuestros hijos no les guste el cole es, en el 99% de los casos, nuestra. No digo necesariamente nuestra a título personal, de los padres, sino de forma colectiva, de la sociedad.


El Estado del bienestar nos ha facilitado enormemente la vida en muchos aspectos, pero nos ha impuesto unos criterios de pensamiento único que han permeado al conjunto de la sociedad. Entre estas ideas, brilla con luz propia la de que el trabajo es malo por naturaleza y que, si cumplimos con nuestras obligaciones laborales es solo bajo la promesa de disfrutar del ansiado fin de semana.

Así que me he propuesto mantenerme firme en esta batalla léxica e ideológica contra el hastío de "entre semana" frente a la fiesta del "finde". Y, como madrugar me cuesta tanto como a todo hijo de vecino, y como llego a las noches arrastrada cual piltrafa, les quiero demostrar a mis hijos, cansados con sus madrugones, agobiados con sus deberes, que entre todos esos esfuerzos hay mucho bueno en cada día de sus vidas. ¡Que no se acabó lo bueno! Lo bueno no acaba nunca.

María Solano Altaba. Directora de la revista Hacer Familia

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