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ENTRE LÍNEAS
Antonio Vázquez

¡Da gusto verlos!

     

Soy consciente de que ciertos matrimonios jóvenes son minoría, pero me hacen ratificarme en dos puntos: tienen una felicidad que muchos no van a conocer jamás; y, por otra parte, acumulan una energía transformadora que serán los que cambien la sociedad

¿Quién ha dicho que los matrimonios jóvenes de ahora son un tanto flojos y les falta empuje para sacar adelante su familia? No estoy de acuerdo. Por más estadísticas que nos planteen teñidas de negros augurios, no me lo creo.

No me opongo a reconocer cierta crisis generalizada en muchos aspectos, además del económico. No niego que las cifras puedan resultar alarmantes, lo que afirmo es que dentro de esas cifras se registran sólo los números y la vida no es únicamente aritmética.

Por una serie de circunstancias, he tenido ocasión de convivir un par de semanas con dos familias distintas. Una de ellas tenía cinco hijos, desde los dieciséis a los tres años. La otra, con cuatro criaturas escalonadas entre los cinco años y los seis meses. En uno y otro caso, el talante de los padres era muy distinto y las relaciones con los hijos bastante diferentes, por la peculiaridad de sus edades.

La alegría en la familia

En la primera de ellas, el tono lo marcaban los dos hermanos mayores, ya adolescentes. Simpáticos, serviciales, atentos a sus hermanos pequeños, con un montón de amigos de su edad, deportistas, junto a un desparpajo y una alegría que se contagiaba. Todo ello con naturalidad, sin resabios de "repelente niño Vicente". Si había que quitar la mesa, se daban entre ellos las lógicas bromas, que se producen en este tipo de situaciones, donde el más "listillo" intenta escurrir el bulto y el otro le toma el pelo, aunque sabe que a la hora de arrimar el hombro lo hace más o mejor que él. ¿Sus estudios? De la media para arriba, sin que dejen de tener sus altos y sus bajos. Es decir, son normales en todo, aunque alguna vez que lo comentaba con mi mujer solíamos ponderar que eran unas perlas. Hoy y ahora, con la que está cayendo, suponían una inyección de optimismo

Pareja joven feliz
Foto: THINKSTOCK 

En la otra familia el escenario era muy distinto, pues las edades de los hijos les hacían depender casi exclusivamente de sus padres. Los dos trabajan, pero cuando llegan a casa se dejan el cansancio en el ascensor y "curran" como locos. No hace falta que el marido o la mujer le diga al otro dónde deben echar una mano, para eso tienen los ojos en la cara.

Mi mujer y yo, comentábamos a solas, que era asombroso que pudieran lidiar con esa cuatro criaturas, y recordábamos nuestros tiempos en que teníamos cinco y nos parecía todo muy normal. Sin darse cuenta, un día la mujer dejó entrever su secreto: los hijos hay que tenerlos de joven, cuando se tienen fuerzas. Así es, a nuestra edad actual aquello nos parecía una inmensa montaña.


¿Por qué he traído aquí estos dos ejemplos, que no tienen nada de extraordinarios? Por abrir una ventana esperanzada hacia el futuro y afirmar que los matrimonios jóvenes de hoy sois bastante mejores que los de nuestra generación.


Vais a contrapelo de toda una cultura ambiental, que os miran como si fuerais medio lelos, cuando la verdad es que en ambos casos se respiraba un ambiente de alegría y felicidad que no es moneda corriente.

No estoy hablando de dos familias que viven en Jauja. Suelo tomarles el pelo diciéndoles que, en las urgencias de los hospitales, ya han pasado por todas las especialidades. Que por exigencias profesionales los maridos han tenido que viajar con frecuencia y las mujeres conocen lo que es dormir solas y poco, teniendo que levantarse al día siguiente para ir a trabajar. No era un "tip" de escapismo de los maridos, sino una exigencia de los tiempos, pues el que tenga un trabajo, "que lo cuide, que lo cuide...", que la cosa no está para bromas.

Quizá mis lectores piensen que estoy rodeado de angelitos. Nada de eso. En el entorno que frecuento podría citar muchos casos a los que se podría poner un ribete de heroísmo. Hay en todos ellos un común denominador: la alegría. Como no son de plástico, ni de cartón piedra, si trabas con ellos una conversación íntima y relajada, aparecerán las contrariedades y el peso de los días, aunque suelen narrarte sus aventuras como anécdotas que salpican cada día -sin que nunca falten-, pero sin elevarlos a la categoría de tragedia.

Como el que esto escribe tienen ya algunos años y lo que le importa es el futuro, estas familias me abren un enorme horizonte de esperanza. Soy consciente de que son minoría, pero me hacen ratificarme en dos puntos: tienen una felicidad que muchos no van a conocer jamás; y, por otra parte, acumulan una energía transformadora que serán los que cambien la sociedad. Quizá ni ellos lo verán, pero esa semilla de fecundidad, germinará en unos matrimonios y una familias inéditas en la historia de la humanidad.

No exagero. A pesar de tanto progresismo de salón y tanta historia, el amor de un hombre y una mujer y su fruto en los hijos tiene unas posibilidades inéditas que todavía no hemos llegado ni atisbar. Cuando el ser humano gane en cotas de madurez, se dispondrá a conquistar nuevas niveles de excelencia para esa fábrica de felicidad que es la familia. No es tarea de un día ni de una década, pero hay que tener el honor de empezar a poner una mano en la rueda de la historia. Una historia que no llegará a caballo de grandes convulsiones -¡de eso ya hay bastantes ejemplos en la historia y todos sabemos cómo terminan!-, sino del convencimiento de que cada vez que paso una mala noche porque un niño llora y al día siguiente, sin quejarme del dolor de cabeza, tomo un paracetamol, sonrío y me voy a trabajar, estoy configurando el futuro.

Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales