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ENTRE LÍNEAS
Antonio Vázquez

Dejarse ayudar

     

Es posible que alguna noche, desvencijados, maltrechos y rotos, nos hayamos preguntado si no deberíamos bajarnos en la próxima estación. Este ritmo no hay quién lo aguante. Aunque los propios protagonistas de la escena no se hayan dado cuenta del espectáculo que ofrecen, el deterioro personal al que se someten y la merma de felicidad que experimentan. Vamos a mirarles.

En el mejor de los casos, podemos detenernos ante parejas que se entienden de maravilla, el uno procura ayudar al otro en todo lo que puede y jamás se queja de nada. ¡No me dirán que se puede pintar más idílico!... Si lo quieren más tierno les adjudicamos dos niños, el primero de cuatro años y el otro de dos. Ya tenemos los protagonistas subidos sobre el escenario. Empecemos el rodaje.

La rutina al límite

Apenas se tiran de la cama hay que vestir a los niños y darles el desayuno siempre premioso, porque las criaturas tienen una velocidad que no coinciden con sus prisas. Hay que llevarles al colegio y la guardería. Media hora después de salir de casa entre empujones, llega la chica que hemos contratado para hacer la casa. Su horario abarca cuatro horas y su eficacia laboral incluye toda la limpieza, lavado y plancha.

Imaginemos -que ya es mucho suponer- que uno de los cónyuges sale del trabajo con un horario que le permite recoger a los niños.

Tan pronto llegan a casa hay que preparar la merienda aunque sea mínima para que no se solape con la cena. Como todavía son pequeños no traen tareas del colegio, pero muchos días tienen que salir con la madre para poder acercarse al supermercado, porque siempre se olvidó algo cuando se hizo la compra de la semana. A la vuelta, baños, un rato de dibujos animados para que se distraigan y a preparar la cena. Lo de dormir, además de la incidencia de tener que llevarles tres veces un vaso de agua a la cama, puede presentar otras variantes: los hay que lloran una vez por la noche y algunos que repiten esta operación como mínimo tres veces.


¿Lo habéis pensado bien? ¿Os merece la pena seguir viviendo a 180 Km. por hora?


La cena de los mayores, se la brindamos al otro cónyuge que acaba de llegar derrengado y escaso de imaginación para preparar otra cosa que no sea algo precocinado que se guarda en la nevera. Son las diez y pico de la noche y ninguno de los dos pueden con los zapatos. La tentación de ver un poco la TV se ve superada por el previsible madrugón de la mañana. Ni el sábado y ni el domingo tienen descanso porque los niños se levantan con el reloj biológico de cualquier día, y a las 7,30 horas están en la cama de los padres.

Ayuda en familia

Foto: THINKSTOCK 

No sigo, porque mis lectores saben mejor que yo que he descrito un pálido reflejo de la realidad, ya que no he incluido las enfermedades infantiles que se suceden en cuanto el niño va a la guardería, ni la gripe de cualquiera de los mayores incluida la chica que nos ayuda.
Y así un día y otro día, un mes y otro mes...

Aquí me quería detener para hacer la sugerencia que hoy quería plantear. ¿No merecería la pena que en vez de la ayuda de una chica durante cuatro horas, buscáramos el apoyo de una persona que trabajara en casa al menos ocho? No me atrevo a plantear que viva en casa porque a veces no tenemos un lugar digno donde acogerla.

La respuesta que me suelen dar es inmediata. ¡Tú estás en Babia! ¿Te has olvidado de que tenemos la hipoteca, el coche, el veraneo y las vacaciones de Semana Santa, en las que hay que salir para un respiro que compense todo ese agobio que acabas de describir?

Aquí se podría aplicar esa famosa máxima de que para no tener que limpiar lo mejor es no ensuciar. Para no llegar sin aliento al verano y otras vacaciones, lo mejor es no cansarse hasta la "depresión".

Soy perfectamente consciente de que aunque Julián Marías asegurara que la supresión del servicio doméstico era uno de los fenómenos que más había cambiado la sociedad, este es un hecho sobre el que no vamos a especular y hacer teorías que nos llevarían muy lejos. Ante esta evidencia hay que aplicar el sentido común y la imaginación para paliar los efectos negativos que puede suponer para nuestra familia.

Cada casa tiene una forma de administrar sus recursos económicos, y en este asunto, menos que en ninguno, se pueden dar recetas. Lo que sí es imprescindible es que la pareja tome sus decisiones con realismo y sabiendo que nada es gratuito. Cargar con todo el manejo y funcionamiento de la casa sin ayuda de terceros, hay que saber que tiene un precio. Quizá no contabilizado en euros, pero un precio en serenidad del matrimonio, posibilidades de conversación y poder salir juntos en algún momento, salud mental de cada uno de ellos.

Lógicamente eso tiene su repercusión en los hijos. En definitiva, al reajustar el presupuesto de una familia, antes de suprimir el servicio doméstico hay que pensar si no es más conveniente suprimir unas partidas, que pueden parecernos más brillantes y nos pueden hacer mayor ilusión, pero que al final se pagan y muy caro.

Soy muy consciente de haberme metido en un tema espinoso. Como siempre que me siento ante el teclado, no pretendo dar lecciones de nada, sino ofrecer sugerencias para que cada uno las piense y saque sus conclusiones. Esta vez tan prosaica, pero tan necesaria, como si tenemos que replantearnos las ayudas que tenemos que contratar.