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7 claves que las madres aportan a la educación de los hijos

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Una originalidad de la familia es que tiene dos líderes al mismo nivel. Para dirigir una familia, la institución natural más antigua, que pervive en el tiempo, necesitamos un padre y una madre bien unidos formando equipo. 

Cada cual aporta su forma de dirigir, de relacionarse, de querer, de ser… Somos muy diferentes, y de eso se trata. Cada uno tiene unas capacidades y cualidades distintas, que las pone al servicio de la familia. Y tenemos formas de educar a los hijos, un poco diferentes, que se complementan en beneficio de ellos. Los hijos necesitan ver esa diferencia, en la cual cada uno está diseñado para el otro, mostrando cariño y unión, siendo un buen referente para ellos.

La madre puede ser la directora del hogar, y el padre podría ser el líder de la familia. Mientras uno, principalmente, pone «de moda” unos valores humanos nobles, centrados en principios, personificándolos, el otro, o la otra generalmente, se encarga más de crear un ambiente de hogar confiado y alegre, atendiendo a los sentimientos y la afectividad de cada uno. En ese ambiente entrañable es donde crecen las personas, gracias a la libertad y al cariño. La mujer disfruta y se le da bien estar en los detalles, manejar sentimientos, pues su ser está diseñado de ese modo, hacia el cuidado de los otros. Es acogedora de por sí, y afectiva.

Algunas características de las madres, en el trato con los hijos:

1- Las madres enseñan a comunicar lo que cada uno lleva dentro, para compartirlo y conectar con los demás, a expresar sentimientos y estados interiores… Ayudan a nutrir las relaciones familiares y hacer ese ambiente de familia cálido, donde todos quieren estar…

La mujer es como un refugio para las otras personas: comprensiva y acogedora. Esto se ve especialmente en la maternidad. Traer un hijo a este mundo la transforma, la hace “casa habitada», despliega sus talentos, y acoge a las personas.

Ella cuida el trato personal y la convivencia, fijándose y fomentando lo bueno, con su amabilidad, mediante pequeñas conversaciones, quizá entorno a la mesa, donde se disfruta de la vida en familia, y los niños lo aprenden todo. Sabe mirar a los ojos y llegar al corazón.

2- También anima a los hijos a participar de la vida en familia, gracias a ese aspecto del liderazgo de los padres que es la autoridad: una guía en su crecimiento como personas.

– Primero les enseña cómo hacer las cosas, para que lo hagan por sí mismos. A ellos les encanta aprender algo nuevo, y les posibilita desarrollarse y crecer.

– Los hijos aprenden todo de los padres, pues nos están mirando todo el día: somos sus modelos y referente, porque se sienten queridos. Les enseñamos con el ejemplo y buen hacer, con nuestro trato recíproco en pareja, con las vivencias sumergidas en cariño, explicándoles las cosas según su edad. Ayudarles a reflexionar sobre lo que está bien, o mal, para que vayan interiorizando los criterios de actuación. Que sepan cómo comportarse, y actúen con libertad. Así aprenden a tratar a las personas con consideración…

3- Les enseñan a querer…

Educa el corazón al calor del ambiente de familia tan entrañable y alegre, lleno de libertad, para que puedan aprender a querer…  Es algo que les dará plenitud personal, porque estamos creador para amar, y además les hará felices.

Atiende a los sentimientos con momentos de confidencia con cada hijo, mira a los ojos, conversa… Les hace pensar con buenas preguntas: ¿cómo crees que se encuentra tu hermano, tu abuela?, ¿cómo se habrá sentido con lo que has dicho, hecho…? Aprender delicadeza en el trato y empatía para actuar en consecuencia.

Por tanto, aprovechar esas características de la mujer-madre, para:

– Descubrir cualidades y fortalezas de los hijos, aquello que hacen bien y les gusta, y hacérselo notar. Así lo podrán desarrollar.

– Dar autonomía bien pronto; enseñarles a elegir y a tomar pequeñas decisiones.

– Construir sobre los puntos fuertes y singularidad de cada uno.

– Educar el corazón.

– Valorar el esfuerzo, y sobre todo el cariño, no sólo el logro.

– Pensar objetivos y metas con cada hijo.

– Con encargos.

Los padres necesitamos tener clara la meta de la familia, esa misión propia, para saber hacia dónde encaminarnos. Y la madre en especial acerca esas ilusiones a los hijos. Ella tiene todo relacionado en su pensamiento y su corazón. Y actúa de ese modo en la convivencia en familia, uniendo, relacionando, poniendo cariño.

Y luego anima a los hijos a conquistar unas metas nobles que les reten y ayuden a desplegar su personalidad, partiendo de esas cualidades suyas.  

Es necesario poner nuestras mejores ideas y recursos en ello, junto con el padre, los dos en equipo. Hablarlo, usar la imaginación y la creatividad, por ejemplo en una tertulia familiar…, en una merienda en el campo, e intentar llevarlo a la acción. 

Dedicar tiempo a pensar qué tipo de personas queremos ser, cómo formar a nuestros hijos, qué valores importantes transmitirles… Es decir, cuál va a ser nuestro «norte» para orientarnos. Aquí las madres tienen un gran papel para concretar todo eso. Por ejemplo, en un lema familiar, en el que cada uno contribuye con sus ideas o preferencias, en un plan de acción, o como creas mejor…

Apoyarnos en las situaciones de cada día, ver qué encargos y tareas del hogar les podemos proponer, que les gusten y reten, desde pequeños. Como traer los pañales para el hermanito, cuidarle o leerle cuentos, poner la mesa, regar las plantas, limpiar el coche, atender a los abuelos, arreglos de la casa… Según la edad, gustos, talentos, y madurez. 

Así van adquiriendo capacidades, habilidades, responsabilidad. Sabiendo que «toda ayuda innecesaria es una limitación para quien la recibe». Ellos necesitan hacer por sí mismos todo lo que pueden hacer. De este modo crecen, mejoran, y hacemos familia.

Cuando lo van ejecutando adquieren hábitos y virtudes, y así van aprendiendo y se van haciendo responsables de sus pequeños encargos. Y se acostumbran a pensar en los demás: algo de veras muy relevante en la vida. Por eso es bueno contar con los sentimientos y la empatía, enseñarles a pensar cómo hacen sentir a los otros…

Poniendo cariño en cada tarea, en cada conversación, cuidando los detalles, y preocupándose de los que tiene cerca para hacerles la vida agradable. De nuevo la madre es especial para esto…, y una forma de acercarse a los hijos y conectar con ellos. Abrir canales de comunicación con ellos que persistan en el tiempo. Luego será más fácil “escucharles” cuando no sepan o no puedan expresarlo…

Preparando la adolescencia, apoyarse más en su colaboración e ideas: darles más libertad, la que puedan asumir por su madurez concreta, y responsabilidades. No tratarlos como si no fueran capaces de pensar, de colaborar e ilusionarse con metas nobles… Confiar siempre: sin confianza no pueden crecer, ni mejorar. La confianza les da alas para usar su libertad, y aprender a manejarse.

La mujer enseña el arte de amar, el arte de vivir… Decía Chesterton que, si la educación es la cosa más grande del mundo, y la madre tiene un papel importante, no la podemos relegar de eso que la hace imprescindible, y además feliz. Debemos tenerlo presente y cultivarlo más.

Algunos «tips» que resaltan lo positivo, para pensar y llevar a la ación, estimulando lo mejor de cada hijo:

-Mirar a los ojos y decir un ¡te quiero!

-Tienes un corazón grande

-Eres muy alegre y… sigue tú

-Estamos orgullosos de ti

-Hacer una llamada a lo mejor de cada uno

-Ya veo que te esfuerzas

-¿Qué te preocupa?, ¿cómo te puedo ayudar?

-Ánimo, sé que mejorarás…

La mujer es muy creativa, puede apuntar a metas altas y transformar el mundo con su amor por lo concreto. Da sentido y alegría donde se encuentra. Mucho más las madres: es uno de sus talentos y privilegios, que puede usar y potenciar en la relación en pareja, y con los hijos. Uno a uno. Dedicarles el tiempo y la intimidad que necesitan: que puedan abrir su corazón, o contar lo que anhelan, les emociona o preocupa… 

El padre tiene también sus talentos, muy distintos, que pone al servicio del amor mutuo y de la familia, y hay que valorarlo, haciendo equipo. Las diferencias suman y unen. No es prescindible, como a veces se hace creer… Cada uno potencia y prestigia al otro, porque le quiere de veras. Y el resultado es una sinergia creciente entre los dos. Siempre en beneficio de los hijos, que se sienten inmersos en ese cariño recíproco que les da vida, y les ayuda a desarrollar su personalidad.

La familia es una maravilla, porque todos nos podemos ayudar, comprender y querer, a pesar de cansancios y dificultades, contando siempre con el perdón, que sana heridas. 

Mª José Calvo

optimistaseducando.blogspot.com

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