Actualizado 22/06/2022 10:50

El ejemplo a los hijos comienza incluso cuando son bebés

Desde pequeños, los bebés pueden aprender el valor del esfuerzo.
Desde pequeños, los bebés pueden aprender el valor del esfuerzo. - ISTOCK

Los padres son un espejo en el que se miran los niños. Todo niño tiene en sus progenitores un ejemplo del que tomar valores y a través del que marcar su desarrollo. Pero, ¿a partir de qué edad empiezan a adquirir este aprendizaje? Podría pensarse que a partir del momento en el que el pequeño desarrolla sus habilidades de razonamiento y empiezan a captar mensajes y a descifrarlos.

Pero el estudio realizado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts explica que los niños podrían comenzar a aprender de la actitud de sus padres desde que son bebés. A edades muy tempranas los más pequeños ya empiezan a entender valores como esfuerzo y dedicación y aquellos progenitores que muestran esmero en conseguir sus objetivos, enseñan una gran lección a sus niños.

El valor del esfuerzo

Para esta investigación los investigadores congregaron a varios grupos de niños de 15 meses de edad. A cada uno de ellos se les mostraron varias situaciones, en una de ellos se mostraba a un adulto hacer intentos torpes durante 30 segundos antes de tener éxito en su misión. El resto vio a un mayor completar otras tareas con facilidad tres veces durante el mismo periodo de medio minuto.

Ambos grupos de niños contaban con un juguete que emitía música si apretaban un botón con el que se pretendía comprobar si el esfuerzo de los adultos tenía alguna influencia en los menores. "Los niños que vieron a un adulto esforzarse al final apretaron el botón casi el doble de veces que los que vieron a un adulto alcanzar su objetivo con facilidad", explica la autora principal de este estudio, Julia Leonard.

La investigadora explica que no se puede tomar esto como un acto de imitación ya que los niños no vieron a los adultos realizar acciones relacionadas con apretar botones. El mensaje que se transmitía era que debían esforzarse, motivo por el cual realizaban mayores acciones que el resto.

Educar en el esfuerzo

No solo hay que dar ejemplo a los más pequeños para educar en esfuerzo. También hay que motivar a los más pequeños para persistir hasta conseguir sus objetivos. Estos son algunos consejos para ello:

- Incentivar el deseo. ¿De verdad se quiere algo? Si no se desea obtener una menta, nunca habrá esfuerzo para obtenerlo. Si el niño quiere algo, el padre debe animar al hijo a conseguirlo, pero recordando los obstáculos que se encontrarán.

- Las recompensas externas. Cuando los niños son pequeños las motivaciones vendrán dadas por las recompensas externas, la valoración social y la atracción de la actividad asociada al juego (motivación extrínseca). Poco a poco, empezarán a desarrollar motivaciones relacionadas con la experiencia del orgullo que sigue al éxito conseguido y al placer que conlleva la realización de la tarea en sí misma (motivación intrínseca).

- La motivación intrínseca es aquella que permite hacer algo porque se está interesado directamente en hacerlo y no por otra razón. Contamos con algunos recursos para desarrollar la motivación intrínseca: desde el campo intelectual: curiosidad y desafío; y desde el emocional: el placer y autoconocimiento.

- La exigencia es generadora de una gran motivación y ésta a su vez conduce a los niños a implicarse y a esforzarse con mayor intensidad en sus tareas cuando son portadoras de sentido. La simple imposición de una exigencia y el miedo a las eventuales consecuencias negativas de su incumplimiento no conducen, en la mayoría de los casos, a una mayor motivación por la realización de las tareas y los aprendizajes, ni incrementan la disposición de la persona a esforzarse.

- Las metas y objetivos finales. Todos nos esforzamos en la realización de una tarea o actividad cuando entendemos sus propósitos y finalidades, cuando nos parece atractiva, cuando sentimos que responde a nuestras necesidades e intereses, cuando podemos participar activamente en su planificación y desarrollo, cuando nos vemos competentes para abordarla, cuando nos sentimos cognitiva y afectivamente implicados y comprometidos en su desarrollo, cuando podemos atribuirle un sentido. Y, con los niños pasa exactamente lo mismo.

Damián Montero

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