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María Solano

Niños con lacayos, adultos sin principios

Reflexionamos sobre las consecuencias de ser un padre lacayo
Reflexionamos sobre las consecuencias de ser un padre lacayo - ISTOCK

La escena es tan cotidiana como sorprendente. En cualquier campo de deporte, un viernes por la tarde, cientos de niños están sentados en las gradas mientras sus padres, arrodillados en el suelo, se afanan por calzarles la equipación deportiva, colocarles las espinilleras y subirles las medias.

Me recuerda mucho al momento en que el lacayo del Príncipe de Cenicienta trataba de hacer entrar el desagradable pie de la grosera hermanastra en el zapato de cristal. Así, como groseras hermanastras, están saliendo los niños de hoy, acostumbrados como están a ser el emperador de sus vidas, el dictador de sus padres, el merecedor inmerecido de todos los bienes y privilegios.

Hemos querido dedicar este espacio para denunciar esta patente falta de educación en las normas básicas de convivencia, en los principios fundamentales de conducta, en el imprescindible camino que los convierta en personas preocupadas por los demás. Y no lo denunciamos solo porque esto dificulte la tarea de padres y educadores, sino porque si no le ponemos freno de inmediato, en una década nos vamos a encontrar con una sociedad sin valores, una sociedad francamente inhóspita.

De esos niños con lacayos saldrán los adultos sin principios.

Pero aún podemos remediarlo. Basta con que tomemos conciencia de que las grandes virtudes que las personas podemos trasladar a la sociedad se adquieren con los más sencillos y pequeños hábitos adquiridos en el hogar desde la más tierna infancia.

Ahora imaginemos una educación sencilla pero recta, basada en un núcleo duro de normas, pocas, pero firmes, con hábitos de conducta básicos, como el "gracias", el "perdón" y el "por favor", como recoger los papeles del suelo o comerse todo lo que hay en el plato sin protestar, como ceder el sitio, dejar pasar primero a los demás, elegir el peor trozo, estar atentos siempre a lo que necesitan otros. E imaginemos la sociedad que generarían estos niños, una sociedad basada en principios y valores bien aprendidos, una buena sociedad. ¿No merece la pena apostar por ello?

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