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María Solano

El peligro de 'gamificarlo' todo

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Gamificación. Es uno de esos neologismos que ha llegado para quedarse. Deriva del término 'game', juego en inglés. Y el sentido que le hemos dado en este peculiar siglo de las nuevas tecnologías es el de aplicación de criterios propios de los videojuegos a otros ámbitos de la vida. Ahora muchos profesores se obsesionan con que sus clases parezcan un juego, y los padres nos desvivimos para que poner la mesa o recoger la habitación resulte tan divertido como si fuéramos Mary Poppins. Pero lo cierto es que hay muchas cosas en la vida que no tienen por qué resultar graciosas.

¿Qué se esconde tras esa gamificación? Se ha tomado buena nota de cómo actúan los niños, adolescentes y jóvenes en los videojuegos para comprender qué aspectos los convierten en tan atractivos, incluso adictivos, para ellos. En primer lugar, en el juego digital los chicos saltan de pantalla en pantalla en muy poco tiempo. Esto lo hemos trasladado a la supuesta necesidad de los alumnos de cambiar constantemente de actividad.

Además, no tienen que esperar a terminar una pantalla o una etapa para obtener algún tipo de recompensa. En el transcurso de las acciones van ganando puntos en diferentes formas -monedas, vidas, armas...- y esperan que en el mundo real también lleguen las recompensas a muy corto plazo.

Por último, el entorno de los videojuegos tiende a equilibrar muy bien derrotas y victorias. Si fuese enormemente difícil superar una prueba, desalentaría al jugador, de modo que casi siempre es posible. Además, las oportunidades de volver a intentarlo son ilimitadas. Por eso en la vida real creen que también tendrán infinitas posibilidades de volver a repetir el examen, el curso, el ciclo.

El peligro de gamificar por sistema

Pero el mundo real no es un juego. Y aunque esta afirmación parezca una obviedad de maestro ciruela, conviene que repasemos si les estamos haciendo a nuestros hijos el favor de recordárselo. Tienen que aprender tres cosas:

1. La mayor parte de lo que hagan solo tendrá repercusión a largo plazo. Esta generación es cortoplacista por naturaleza y lo que más les cuesta es aprender a esperar, dilatar en el tiempo el beneficio para obtener mejores resultados. Podemos utilizar pequeños trucos para esperar, como hacer listas de deseos que pedirán en su cumpleaños o en Reyes Magos, o darles una pequeña asignación semanal y enseñarles el valor del ahorro para poder comprar algo mejor unas semanas más tarde.

2. El beneficio está en la labor desempeñada, no en el resultado obtenido. Tienen que aprender a disfrutar del camino y no solo de la llegada. Por ejemplo, valoramos los pequeños avances que tienen en su día a día en el colegio, y no circunscribimos nuestras conversaciones al día de las notas. Si practican algún deporte, hacemos hincapié en el esfuerzo realizado en los anodinos entrenamientos más que en el resultado obtenido en los emocionantes partidos.

3. En la vida, normalmente, ni se gana ni se pierde. Y lo más probable es que si hay ganador, seamos los que pierden.


El fenómeno de las redes sociales ha provocado que los aspectos más sencillos de la vida de nuestros hijos, como la ropa que eligen para ir al colegio o lo que han desayunado, sea objeto de competición en busca de más 'me gusta', de una aprobación inmediata de sus seguidores.


Pero tenemos que recordar a nuestros hijos que la mayor parte de su vida cotidiana no es una competición y, además, carece de interés para el prójimo. Eso sin olvidar que, en los casos en los que se plantea una competición, como en una prueba deportiva, en un juego de mesa o en un ranking para acceder a una carrera universitaria, son mayoría los perdedores.

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