Durante décadas, hemos vivido con la idea de que los niños deben obedecer incondicionalmente a sus padres. Este enfoque ha predominado en la crianza durante mucho tiempo. A lo largo de generaciones, los padres hemos recompensado o castigado a los niños según su comportamiento, ya sea con estrellitas o con atención, en función de si cumple con las expectativas de los adultos o con castigos y reproches si no lo hacen. En otras palabras, su conducta se ha condicionado según lo que nosotros esperamos de ellos.