Actualizado 11/12/2020 11:51

Mi hijo juega solo: ¿autonomía o aislamiento?

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HACER FAMILIA

Jugar solos proporciona a los niños una autonomía que les permite conocerse a sí mismos, comunicarse, desarrollar su pensamiento, tener un mundo interior más amplio y evitar que sean pasivos en un futuro.

Sin embargo, cuando el niño llega a los 3 años, es importante que sepa pasar de jugar solo a jugar con otros niños porque si no la autonomía se convertirá en aislamiento.

Jugar solos: ¿cuándo es normal que el niño juegue solo?

Jugar en solitario es una escena frecuente que los padres observan cuando los niños son muy pequeños. Normalmente, el bebé pasa gran parte del tiempo descubriendo las cosas que le rodean y jugando con objetos aún desconocidos para él, desarrollando así nuevas  aptitudes y habilidades. Sin embargo, aunque el juego en solitario es algo natural en los niños, hay que tener en cuenta que esta normalidad está marcada por su edad.

Con el inicio de la socialización, a partir de los 3 años, el niño deberá pasar a compartir ese momento de juegos con otros niños con los que también comparte su tiempo. Evidentemente, siempre hay que tener en cuenta en este inicio de la socialización que,  normalmente, existen diferencias entre un niño y otro y que, por tanto, habrá niños que adquirirán las habilidades necesarias para socializar más temprano y otros más tarde.

El factor de la edad en los juegos de niños

La interacción de los niños de 0 a 3 años se basa en una búsqueda de cuidado y protección, normalmente en los padres o el círculo de adultos que le rodean. La primera relación que establecerá el niño será el vínculo de apego con la madre, después se vinculará con el padre y, más tarde, pasará a hacerlo con otros familiares del círculo de confianza establecido. De esta manera, a lo largo de estos primeros años, las relaciones que va a establecer el niño serán relaciones basadas en la seguridad que encuentra en los adultos.

Evidentemente, en estos tres primeros años de vida, los niños se relacionan unos con otros, sin embargo, no llega a ver una verdadera interacción social en el juego. Los niños, a esta edad, se limitan a observarse, sonreírse o imitarse, sin que puedan compartir aun un momento de juegos, para lo que aún no tienen suficientes habilidades sociales.

Ya a partir de los 3-4 años, el niño sufre cambios importantes. Poco a poco, comienza a madurar afectivamente y es capaz de expresar sus sentimientos y de controlar, en cierta medida, sus emociones. El desarrollo del lenguaje, mucho más desarrollado que en edades anteriores, la motricidad y el pensamiento, le permiten interaccionar de manera más efectiva con la gente que le rodea.

Ahora, la empatía es la nueva protagonista. Los niños, con nuevas capacidades emocionales a su alcance, serán capaces de preocuparse por los demás, de solidarizarse con otros niños y de dejar, en parte, de lado, la visión egocéntrica que tienen cuando son más pequeños.  

En esta nueva etapa, los niños irán descubriendo que hay otros niños con su mismas necesidades y con quien compartir sus momentos de juego, entre otras cosas. A partir de ahora, dejarán de jugar solos para jugar con alguien que no son ni su padre ni su madre.

Jugar con otros niños a partir de los 3 años

Lo normal es que los menores de tres años, en cualquier espacio de socialización (en casa, el parque o la guardería) no realice ninguna interacción de juego con otros niños. Es decir, al contrario de lo que muchas veces se piensa, los niños juegan unos junto a los otros pero no unos con otros, a menos que una tercera persona como la madre o la profesora de la guardería se lo indique. Esta iniciativa por parte de los niños surgirá  a partir de los tres años.

Entonces será cuando los niños, que antes jugaban solos y los padres podían considerar esta actividad como algo normal, comenzarán a jugar con su grupo de iguales, interaccionando con ellos e iniciando así el juego social. A partir de entonces, que el niño siga jugando solo sin compartir ni un momento de su juego con otros niños puede marcar el paso de la autonomía al aislamiento.

Patricia Núñez de Arenas

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