La vida se mide en veranos. También la nuestra. Cada año, en vacaciones, nuestros padres soltaban amarras y nos tenían que dejar crecer un poco. Y así siempre.
Ahora que somos padres, nos pasa igual. Llega el verano y nuestros hijos tiene planes que no son los que soñamos.
Nos toca poner límites, confiar, corregir y tener la certeza de que de los errores se aprende. Y, sobre todo, darles mucho amor. Amor a raudales.
1 La vida se mide en veranos: hay que dejarlos crecer.
Cada verano nos toca ceder un poquito, con la hora, con hasta dónde pueden llegar, y nos cuesta. Pero tenemos que dejar que se hagan mayores con nuestra ayuda.
2 Límites muy claros que hablamos con ellos en frío.
Nosotros somos los padres y establecemos los límites, pero es muy bueno que les hagamos partícipes de esta decisión para que se responsabilicen de sus actos.
3 Toneladas de paciencia… nosotros también lo hicimos.
La adolescencia es impulsiva por naturaleza y tiende a la transgresión de límites. Siempre ha sido así. Educamos, claro, pero con cariño y mucha paciencia.
4 Elegimos bien nuestras batallas porque son muchas.
Y no las vamos a poder dar todas: hora de llegada, de levantarse, planes, amigos, outfit… Hablad juntos de vuestras líneas rojas. Para lo demás, paciencia, mucha.
5 Confiamos en ellos aunque sepamos que van a caer.
Esto es lo complicado de educar: les decimos A, pero van a intentar B, y ese error forma parte de la vida. Aprenderán aunque nos cueste algún disgusto.
6 Su infancia ya pasó y cada etapa es preciosa.
Dicen que “Hijos pequeños, problemas pequeños. Hijos grandes, problemas grandes” pero no podemos vivir en la añoranza del pasado. Tenemos que disfrutar hoy.
7 Amor por encima de todo: hogar es sentirse querido.
Amar no significa dar todo por válido o no corregir cuando hace falta. Significa querer a los hijos cuando su comportamiento no es ideal porque eso es hacer familia.
María Solano Altaba