Verano. Momento perfecto para que vayan haciendo más tareas domésticas.
Y no se trata de que echen una mano, sino de que se comprometan de verdad.
¿Por qué? No es porque nosotros estemos cansados o necesitemos ayuda. Es porque así ellos ganan en autonomía, crecen en valores y viven en primera persona la generosidad.
1 Porque así aprenden a pensar en los demás.
Es ese paso del ‘yo’ (sus cosas), al ‘nosotros’ (lo que nos ayuda a todos) y al ‘vosotros’ (ayuda a los demás, pero no directamente a mí. Eso es hacer familia.
2 Porque valoran el trabajo ajeno y son agradecidos.
Cuando se dan cuenta de que las tareas domésticas no eran tan sencillas como parecían, aprenden a agradecer todo lo que reciben de manera gratuita.
3 Porque desarrollan la empatía y la generosidad.
A veces centramos demasiado la atención en nuestros hijos. Las tareas domésticas nos ayudan a ‘descentrarlos’ para que se centren en lo que importa.
4 Porque descubren que los detalles son importantes.
Construir un hogar luminoso y alegre en el que dé gusto estar no sólo tiene que ver con el amor y la amabilidad, también con el orden y la limpieza.
5 Porque es una forma de hacer familia: entre todos.
No hacen falta momentos increíbles para construir memorias felices. Para hacer familia, basta el día a día con cariño, compartido, con generosidad y mucho amor.
6 Porque están mejor preparados para la vida.
Nuestra labor con los hijos es educarlos con amor para que se conviertan en adultos autónomos y con criterio. Acostumbrarse a las tareas hará que les cueste menos.
7 Porque se sienten capaces y crecen en autoestima.
La autoestima no se construye sobre el papel, sino con demostraciones de que creemos en ellos y con los logros que alcanzan con su esfuerzo y sacrificio.
María Solano Altaba