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CRECER
María Solano

Por la tarde entro en 'modo madre'

Si nos tomamos la molestia de escribir en Google "techo de cristal" descubriremos que la web está inundada por ríos de tinta sobre este término, que se refiere a esa incapacidad de la sociedad para permitir que las mujeres superen determinados umbrales en el ámbito laboral.

Con esta cuestión del "techo de cristal" es muy importante no simplificar, porque no sabemos si ese techo está impuesto por los varones, si permanece clausurado por la sociedad o si son las propias mujeres las que, por decisión propia, prefieren no romperlo.

Porque, no nos engañemos, en pleno siglo XXI el problema ya no es hasta dónde quiere llegar la mujer -tenemos científicas, políticas, banqueras, pocas pero las tenemos- sino a qué está dispuesta a renunciar para llegar hasta allí.

Y la renuncia es, en la inmensa mayoría de los casos, familiar. Claro que llegarán ahora los que defienden la plena igualdad y aseguran que la mujer no podrá ascender hasta que el hombre no cambie tantos pañales como ella. Pero no es esa la cuestión.

La implicación del padre en tareas que antes quedaban reservadas a la madre está muy bien, pero eso no hace que la madre se vea obligada a renunciar a determinadas actividades por su crecimiento personal. Es decir, aunque el solícito padre se ocupe tarde tras tarde de sus demandantes hijos para que la exitosa madre pueda trabajar, la madre está renunciando igualmente. Solo que en lugar de renunciar al cuidado de su familia mediante una cuidadora, renuncia mediante el padre de los niños. Pero renuncia igualmente.

Modo madre

Por eso creo que el techo de cristal que aún no hemos roto -en parte porque la sociedad todavía no lo acepta, en parte porque algunos hombres no lo desean- es el de la verdadera conciliación, la que permite poner un límite espaciotemporal a cada área de actuación de la persona, la que permite decir: "Hasta aquí", y entrar a partir de ese momento en "modo madre".

El reto no es en absoluto baladí porque aún andamos con los remilgos propios de antaño que equiparan horario de presencia con trabajo efectivo. Ante frases ya rancias del tipo "trabaja muchísimo, sale tardísimo de trabajar", desde muy jovencita pensaba que en realidad lo que ocurre es que le cunde poquísimo, o que quizá se distrae con inusitada frecuencia, o que, con eso de que para fumar hay que salir del edificio, se le ve más dentro que fuera, o que las comidas "de trabajo" se le alargan más de la cuenta.


La primera vez que dije que no a una reunión de trabajo en "horario infantil" me quedé pensando que sería, el resto de mi vida, considerada "esa que no llegará a nada porque no tiene tiempo".


Pero, para mi sorpresa, la contraparte en la reunión no solo no planteó el más mínimo problema, sino que felicitó mi valentía y mi decisión de compartimentar el tiempo y me citó para la mañana siguiente a primera hora. Sé que esto no es de aplicación a todos los trabajos. Reconozco que no todos los horarios son conciliables. Pero muchos se pueden conciliar más.

Supongo que al ir haciéndome mayor me estoy volviendo más desvergonzada y ya son pocos los compromisos que acepto más allá de la hora de recogida de mis hijos en el colegio.

La sorpresa es que ese "techo de cristal" no era ni tal techo ni de cristal. Era un límite que creía que existía pero que, en realidad no estaba allí. Porque solo me he topado en este tiempo con una persona que me haya rebatido el argumento. El resto -hombres y mujeres- aplauden que, por fin, para acabar realmente con esos famosos techos, pongamos cada cosa en su sitio y, sobre todo, en su hora.

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