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Paciencia con los hijos

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A veces, hacen falta unos nervios de acero para saber esperar a que nuestro hijo se vaya entrenando en hacer bien las cosas que nosotros podríamos solucionar en un minuto. Y es que tener paciencia con los hijos significa entre otras cosas, saber esperar, saber inventar en cada momento, saber rectificar cuando las circunstancias han variado y estar a punto para el cambio.

Nuestros hijos captan constantemente los detalles del ambiente y de las personas que les rodean. Alguien comentó una vez que los hijos son como cámaras de vídeo, que jamás cierran el objetivo y nunca dejan de funcionar.

Cómo ejercer la paciencia con los hijos

Ser paciente es un rasgo de la personalidad. Muchos padres dirán que ellos no han nacido con esa virtud, pero cuando se trata de la educación de los hijos conviene cultivarla, con buenas dosis de autocontrol personal y mucho cariño. Estos consejos te ayudarán a ser un poquito más paciente en casa con tus hijos:

1. Tener en cuenta la edad del niño/a: Es conveniente ejercer la paciencia del sabio que nos llevará a tener en cuenta que, en ocasiones, negar a un niño una carpeta especial puede resultar tan nefasto como pagarle en otra ocasión un viaje al extranjero. Hay que procurar dar a cada hijo las atribuciones que pueda desarrollar y las responsabilidades que deba tener. Es decir, un niño a los siete años puede muy bien ayudar en las tareas de poner la mesa y servirla, pero si eso lo tomamos al pie de la letra y en vez de exigir poner los cubiertos y los platos, pretendemos que saquen del horno una fuente de besamel con huevos, lo más probable es que acabemos todos en la casa de socorro.

2. Actuar con nervios de acero. Para no perder la paciencia con los hijos, ayuda mucho saber en cada momento si conviene ceder o no ceder, exigir o transigir. Para empezar a conseguir responsabilidades en nuestros hijos tendremos que controlar nuestros nervios y nuestros deseos de que las cosas salgan siempre a la primera. Y a veces hacen falta unos nervios de acero para saber esperar a que nuestro hijo se vaya entrenando a hacer bien las cosas que nosotros podríamos solucionar en un minuto.

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Una paciencia sin límites

La paciencia no debe tener límite y si se lo ponemos, ya deja de ser paciencia. Recuerdo a este respecto la exasperación producida en una madre por la actitud de uno de sus hijos de pocos años que hacía interminables bolas de carne en la boca al comer y en una ocasión le gritó además del consabido «¡Traga, niño!», la siguiente afirmación: «¡A ver cuándo llega el día en que comas normalmente y no hagas estas bolas con la carne!». A lo que el niño contestó con la grandiosidad que le producía su boca excesivamente repleta: «Jo, mamá, yo entonces tragaré deprisa, deprisa, deprisa; y tú me hablarás, bajito, bajito, bajito».

Los niños, los adolescentes, los jóvenes, son incansables, insaciables y nunca parecen haber aprendido ninguna de nuestras enseñanzas. Sus deseos de desalentarnos solo son comparables a nuestros deseos de formarles. Muchas veces llegaremos a la conclusión de que trabajamos solos en un desierto.

Otras veces sentiremos un dolor más agudo, porque nuestra sensación será la de que hemos equivocado todo, que hemos estropeado el material que nos había sido confiado y que la cosa no tiene arreglo. En estos casos, lo único que hemos de tener en cuenta es que nosotros no somos tan despreciables y, sin embargo, producíamos la misma sensación a nuestros padres.

Aumentar la confianza

Esta falta de seguridad o de suficiencia es uno de los factores que servirá a nuestra tarea educativa, porque hará que confiemos más en nuestros hijos y en las personas que nos ayudan a formarlos. Y cuando descubramos en ellos algo que no marcha, nos ayudará a ser más humanos, a quererlos más, a ofrecerles el apoyo que precisan, porque los descubriremos tan frágiles como nosotros mismos.

Antonio Díaz Argüelles

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