Actualizado 24/06/2020 13:22

Formas de regañar a los niños: sermones en su justa medida

Establecer límites a los niños es necesario, pero hay que hacerlo bien
Establecer límites a los niños es necesario, pero hay que hacerlo bien - ISTOCK

Existen muchas formas de regañar a los hijos. De hecho, existen tantas que son muchos los padres que se preguntan si existe alguna realmente eficaz. Aunque parezca mentira, reprender correctamente exige una cierta habilidad por parte de los padres... sobre todo, si se desea que la regañiña sea efectiva.

La mayoría de los padres no dejan de lamentarse, una y otra vez, por tener que dedicar tantas horas al día a regañar a sus hijos: "Haz el favor de ordenar tu cuarto", "deja al perro tranquilo", "escúchame cuando te hablo"...

Regañar a los niños es necesario

Lo que está claro es que no se puede educar a un hijo sin regañarle nunca. Las regañinas no sólo no son perjudiciales para los niños sino que pueden llegar a ser, incluso, un elemento positivo en su educación.

El motivo es muy sencillo: gracias a ellas los niños aprenden disciplina y a comportarse, a descubrir dónde se encuentran los límites, a asumir las normas básicas de comportamiento, qué conductas deben evitar... Y es que, todos los hijos necesitan que sus padres les establezcan una serie de límites. Se trata de una forma más de prepararles para la vida y de enseñarles que cuando se desafía las normas hay alguien (sus padres) que les detendrá.

Las regañinas, sin embargo, no deberían ser el eje sobre el que girase la convivencia familiar. Existen, son necesarias, pero sólo se deben utilizar en el momento adecuado, sobre todo porque cuando se regaña demasiado los sermones paternos comienzan a perder eficacia.

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Regañar inmediatamente después

Una buena forma de regañar es intentando hablar con nuestros hijos inmediatamente después de que haya actuado mal. Así, por ejemplo, si nuestro hijo ha roto un cenicero por descuido no esperemos a que haga otra trastada para "echarle la bronca".

Si le regañamos en su momento, estaremos evitando, además, que se nos hayan acumulado otros enfados adicionales (también olvidó sacar al perro y hacer los deberes...) que nos harán estallar de una forma totalmente desproporcionada y en el momento menos adecuado.

Precisamente por ello, conviene que le expliquemos de inmediato las consecuencias de su despiste, los porqués de ser más cuidadoso con las cosas... Sólo así conseguirá encontrar una relación exacta entre nuestra regañina y su mal hacer. Tengamos en cuenta, en este sentido, que nuestro hijo ya no es un bebé. Ahora, es capaz de razonar y necesitará saber, ahora más que nunca y, en todo momento, el por qué de las cosas.

Firmeza, ante todo

A partir de los siete años, los niños ya son capaces de desplegar todo tipo de estratagemas. De los sonoros berrinches habremos pasado a las caras de lástima, las réplicas, los actos de rebeldía... Cuando nuestros hijos se comporten así, sólo podremos actuar de una forma: con firmeza.

Debemos tener en cuenta, en este sentido, que si consentimos que nuestros hijos se valgan de este tipo de trucos para ablandarnos, lo único que estaremos consiguiendo es que sus estratagemas se conviertan en una espiral ascendente.

Si su técnica son "unas cuantas lagrimitas" cada día hará más uso de ellas para conseguir zafarse de nuestras regañinas. Si, por el contrario, el niño/a es de los que "planta cara" llegará un momento en que no habrá quien lo pare. Por todo ello, cuando tengamos que regañar, hagámoslo tranquilos, mirándoles a los ojos e ignorando en todo momento sus caritas o protestas.

¡Ojo con la rutina!

Es importante, asimismo, que evitemos regañar y advertir a nuestros hijos por rutina, repitiéndole una y otra vez las mismas cosas: "Raúl no salpiques el cristal", "Raúl no salpiques el cristal", "hijo, no salpiques el cristal"... Lo único que conseguiremos es que el niño se acostumbre a escuchar "como si de un hijo musical se tratase" las mismas cosas. Es decir, como quien oye llover.

Y si no les pasa nada... ¿para qué van a dejar de manchar el cristal? Lo importante es intentar transmitir siempre, y de forma continuada, unas pocas normas, pero dejando claro que se tienen que cumplir a "raja tabla".

Coherentes hasta el final

Algunos padres son incapaces de mantener en el tiempo sus propias recomendaciones. Un día regañan a sus hijos porque les pillaron saltando sobre el sofá del salón y al día siguiente cuando contemplan como sus hijos trepan de nuevo, no les dicen nada, por cansancio o, simplemente, porque hoy están de mejor humor. Esto es una equivocación.

Para que una regañina sea efectiva es imprescindible tratar de ser coherentes. Si hoy está mal estropear los sofás, mañana también lo debe estar y habrá que regañar a nuestro hijo en consecuencia.

De igual forma cuando le hagamos una advertencia del tipo "como sigas gritando te vas a ir a tu cuarto" tendremos que cumplirlo. Así tendrán siempre muy claro que deben tomar en serio nuestros avisos.

Controlar los enfados

Es cierto que un niño/a de siete u ocho años puede llegar a hacer perder los nervios a cualquiera. Sus conductas, un poco molestas, incluso, no suelen tener malas intenciones pero pueden llegar a poner "lo pelos de punta" hasta al padre más tranquilo. Precisamente por ello, es importante que aprendamos a controlarnos desde el primer día.

Antes de perder la paciencia del todo contemos hasta diez o retirémonos un rato a nuestra habitación para relajarnos antes de regañar. Los arrebatos no son buenos compañeros cuando de educar a los hijos se trata, sobre todo porque cuando uno grita no solo pierde los papeles sino también la razón.

Nada de mimos

Una vez que hayamos regañado convenientemente a nuestro hijo por su mala conducta no tratemos de compensarle. Si el chico comprueba que tras una trastada mayor, la bronca y el castigo correspondiente nos mostramos "como arrepentidos" llegará a la invariable conclusión de que no sólo nos tiene en sus manos, sino que, además, fuimos absolutamente injustos con él.

Nuestro comportamiento tras un sermón en toda regla tendrá que ser siempre de absoluta normalidad. Sin mimos, sin constantes reproches, haciéndole ver que estaba equivocado y, por encima de todo, sin dejar ver que lamentamos haberle regañado.

María Viejo
Asesoramiento: Lucía Herrero. Psicóloga y orientadora familiar

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