Firma Invitada
Adrián Cano-Prous. Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF)

Crecimiento madurativo de la afectividad

Madre con su hijo
Foto: THINKSTOCK 
Por Adrián Cano-Prous. Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF)
     

Anteriormente hemos analizado las etapas del desarrollo de la afectividad desde el nacimiento, así como las diferencias de funcionamiento existentes entre el cerebro del varón y de la mujer.

Teniendo en cuenta estos aspectos, nos adentramos ahora en algo tremendamente práctico, tangible y retador para padres y educadores: cómo entender y acompañar el crecimiento madurativo desde el nacimiento hasta la adultez. Y es que, todo lo apuntado anteriormente sirve de poco, o de casi nada, si los padres y educadores no tenemos claro qué debemos conseguir en la educación madurativa de los aspectos emocionales de nuestros hijos. Dicho de otro modo, necesitamos tener claros los objetivos a los que deben ir encaminadas nuestras acciones para ayudarles a alcanzar la tan deseada y necesaria madurez afectiva. Quizás el verano, en el que generalmente convivimos con ellos más tiempo, sea un buen momento para detenernos a reflexionar sobre la importancia y alcance de nuestro rol.

¿Qué se entiende por madurez afectiva?

No resulta sencillo definir la afectividad ni describir los pasos que deben darse para alcanzarla. No obstante, podemos identificar algunas de las características de la misma como punto de encuentro al que dirigir todos nuestros esfuerzos.

Se dice que la persona con madurez afectiva es aquella que es capaz de amar y ser amada, respetando los intereses y las diferencias de los demás y aprendiendo de forma progresiva y constante a modular sus sentimientos. Por tanto, nuestro deber será orientar a nuestros hijos a entender puntos alternativos al suyo, tolerarlos y aceptarlos, con tendencia al control de los sentimientos y emociones producidos por el mismo.

Dificultades y errores

Por otro lado, deberemos indicar el camino de nuestros hijos hacia el afrontamiento de las dificultades de las diversas cuestiones vitales que se les van a ir apareciendo. Estas dificultades deberán ser asumidas y afrontadas con confianza hacia las propias habilidades, teniendo siempre el objetivo de que alcance lo que se propone. Con este fin por bandera, deberemos enseñar a nuestros hijos a interpretar siempre de un modo positivo las experiencias de la vida, aceptando las negativas. Es decir, deberán aprender a amar la realidad tal y como es, procurando transformarla sin ignorarla. Y en este proceso, tan importante como admitir la realidad, adaptarse a ella, modular las emociones y tratar de modificar aquello que nos disgusta, ocurrirán múltiples errores, fundamento muchas veces de su frustración. En este sentido, las propias emociones también tendrán que ser reconocidas y asumidas, tratando de observarlas con cierta distancia para detectar los miedos y evitarlos en el futuro. La misión de los padres y educadores no es evitar las experiencias vitales de nuestros hijos, sino hacerles ver los errores cometidos y ofrecerles herramientas de nuestra experiencia para que aprendan, maduren y los puedan evitar en un futuro.

Compromiso, responsabilidad y autoconocimiento

Desde otro punto de vista, también es preciso apuntar alguna otra cuestión que dirija a nuestros hijos en la consecución de la madurez afectiva tan necesaria y deseada. Es preciso que les ayudemos a capacitarles en el compromiso, en la responsabilidad y en el conocimiento profundo y verdadero de sí mismos y de los demás.


Únicamente podemos darnos en toda nuestra persona si nos conocemos a nosotros mismos y conocemos a los demás, necesitando para ello un progresivo y continuo crecimiento del esfuerzo, sacrificio, compromiso y responsabilidad.


Cualquier relación lo exige, y es preciso aprender a mostrárselo a nuestros adolescentes para que caminen con paso firme hacia su madurez y la de sus relaciones. Esto, como se aprecia, propone un aprendizaje de las relaciones interpersonales, por lo que se deben considerar las necesidades de los demás, que no tienen por qué coincidir con las nuestras, y asumirlas si con ello se mejora la calidad de nuestra relación.

En definitiva, podríamos decir que tanto los padres como los educadores debemos siempre estar dispuestos a aportar nuestra experiencia para el adecuado proceso madurativo de nuestros hijos, tanto individualmente como en sus relaciones. Se dice que alcanzarán madurez afectiva si son capaces de modular sus impulsos, deseos, emociones y sentimientos de forma libre pero inteligente, integrándolos de una forma estable, continua y sobre todo adaptada, todo ello de acuerdo con su trayectoria personal

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