Quiero una moto
ISTOCK

¡Es el terror de todos los padres! Cuando oyen decir a su hijo de 14 años lo de "¡Quiero una moto!" no pueden evitar pensar en accidentes, riesgos, locuras... Aunque confían en la responsabilidad de su hijo o hija, no se fían nada de esa máquina inestable que solo utiliza dos ruedas para sujetarse, que no tiene ninguna protección y que corre tanto. Además, el tráfico es insufrible en muchas ciudades y el riesgo se multiplica.

El tema de la moto es peliagudo porque se enfrentan dos intereses muy distintos, cada uno con un tipo de argumentos. Puede llegar a crear, incluso, un pequeño drama familiar cuando se dan dos posturas irreconciliables: el chico o la chica que quiere a toda costa la moto y los padres que, ni de broma, van a dejarle que se la compre.

A la mayoría de los chicos de 14 años les gustaría tener una moto; esto es indudable. Pero la mayoría también sabe que es como pretender que le cojan en la categoría cadete del Real Madrid, del Barcelona o de cualquier otro equipo de primera división. Es decir, que es imposible. Otros chicos, sin embargo, sí tienen más posibilidades y suelen ser los que más problemas (y dolores de su cabeza) dan.

Edades y permisos para tener moto

Una moto no es un regalo cualquiera. Entran en juego muchos aspectos y el principal es el riesgo que conlleva. A los 14 años está permitido llevar un ciclomotor (los llamados Vespinos) sin pasar ningún tipo de prueba práctica. Se conducen muy fácilmente, no corren demasiado... pero es una edad un poco irresponsable.

A partir de los 16, los chicos y chicas ya pueden conducir motocicletas de hasta 75 centímetros cúbicos: un asunto bastante más serio que los ciclomotores. Estas motos pueden llegar hasta los 100 kms. por hora. Solo hace falta pasar un examen teórico (que si se aprueba ya vale para el coche) y uno práctico. Así se consigue el carnet A1.

Un asunto de riesgos

Aparte de que el chico/a sea o no responsable, la moto, por sí sola, constituye ya un riesgo. Es un hecho que el número de accidentes con motos es muy grande. Se trata de un vehículo bastante indefenso, que no protege nada al conductor y que avanza en equilibrio. En ciudad, las motos (incluso los ciclomotores) permiten una velocidad excesiva, si pensamos en la cantidad de coches, calles y obstáculos de una gran capital.

La moto es peligrosa, sea cual sea, y es en lo primero que hay que pensar. También tenemos que hacérselo ver así a nuestro hijo adolescente, con razones. A veces, los riesgos no dependen de la moto y de su conductor (que puede ser el más prudente del mundo) sino del resto de circunstancias, en concreto, del resto de vehículos. Y es que hay mucho loco al volante.

El asunto del riesgo no es un tema que haya que obviar cuando se plantea comprar una moto, sino que se revela como el más importante. Hay padres que no dormirían sabiendo que su hijo está por ahí con una moto, aunque saben que pueden confiar en él. Pero esto no significa que, que confiemos también en los demás, que circulando, pueden no verle venir. No obstante, por sistema, no digamos un no rotundo a la moto. Existen otros aspectos para decidirnos hacia una postura u otra.

La moto, ¡necesidad o capricho?

Quizá sea necesario comprar una moto: para moverse por la urbanización, para ir a clase que está un poco lejos, si no hay transporte públicco etc. Pero, lo normal a estas edades es que el asunto de la moto sea un capricho, aunque ellos lo vean bajo razón de necesidad: "todos mis amigos tienen motos y si no la tengo soy menos que ellos, no puedo ir con ellos, me dejarán de lado...".

Para un adolescente una motocicleta es muy apetecible por la autonomía y la sensación de libertad que proporciona. Pero sería una pena que nuestro hijo no conociera otras fórmulas mejores para ser autónomo y realmente libre. Así que, en principio, no a los caprichos, especialmente a estos caros y peligrosos.

Ignacio Iturbe
Asesoramiento: Lucía Herrero. Psicóloga y orientadora familiar

Te puede interesar:

Ciclistas y conductores, normas para aprender a convivir

Cómo ser responsable en la adolescencia

El peligro del riesgo en los adolescentes