La vejez es percibida erróneamente como una etapa aislada y triste en la que los mayores son una carga para los familiares, siempre ocupados en sus vidas hiperactivas. Digo erróneamente, porque diversas investigaciones evidencian que, mientras el cuerpo aguanta, los mayores son plácidamente felices. En general, gozan de una
felicidad no estridente, que con sapiencia y buen hacer saborea la cotidianidad que a los demás mortifica.