Si nos preguntasen a cualquiera de nosotros qué mensaje tratamos de trasladar a nuestros hijos para que conformen su vida, la inmensa mayoría contestaríamos sin despeinarnos: "que sean buenos". Pero si viviéramos durante un tiempo en un "Gran Hermano" en nuestra propia casa, descubriríamos, no sin sorpresa, cuán a menudo transmitimos un mensaje muy distinto del que queremos transmitir.