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Límites, sí, imprescindibles. Pero también mucha confianza.

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El equilibrio no es sencillo y no hay recetas mágicas para conseguirlo. Dónde poner límites y dónde dejar libertad. Cómo equilibramos la necesidad de vigilar con la importancia de confiar.

No debemos tenerle miedo a las normas porque son necesarias. Pero tenemos que gestionarlas bien. Pocas, claras, y firmes. En el resto, grandes dosis de libertad y de confianza y se atrevan a salir al mundo.

1. Los límites, pocos, claros y sin excepciones constantes.

Nuestros hijos necesitan reglas de juego conocidas para saber qué es lo correcto. Son normas que no se negocian porque regulan lo importante, las líneas rojas.

2. Les dejamos decidir en lo que no son límites.

Así van ganando autonomía en lo que no es norma fundamental para que se vayan acostumbrando a gestionar con acierto su propia libertad.

3. Les encomendamos una tarea y les dejamos hacer.

Cuando les pedimos algo, tenemos que dar un paso atrás y dejarles solos aunque se equivoquen y tengan que corregir. Si se lo resolvemos, creerán que no son capaces.

4. La confianza se transmite… si confiamos en ellos.

Es la base de su autoestima y nos jugamos mucho porque se construye en el hogar. El «quita, que tú no sabes» es demoledor. Mejor el «ánimo, que sé que eres capaz».

5. Corregir no es destruir.

Y no siempre hay que corregir para aprender que hay mucho ensayo y error, pero siempre desde el ánimo y la confianza. A veces, aunque no esté perfecto, lo que valoramos es el esfuerzo.

6. Mucho mejor un «además» que un «pero».

Porque así no invalidamos todo lo que han hecho antes sino que lo validamos y les damos claves para hacerlo aún mejor desde nuestro reconocimiento sincero.

7. Confianza: aquí estamos para aprender y mejorar.

El hogar es un lugar donde nos hacemos personas y eso requiere un proceso de lento aprendizaje. No exigimos que nazcan sabiendo. Disfrutamos del camino.

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