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Érase una vez… un cuento: tradición y fantasía

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«Érase una vez…» ¿Quién de nosotros no recurre todavía a esta curiosa fórmula con la que empiezan todos los cuentos del mundo? La escuchamos infinidad de veces en nuestra más tierna niñez, y aún hoy encontramos un gran placer en repetirla cuando nuestros hijos -siguiendo una de las más ancestrales costumbres humanas- nos requieren y exigen: «¡Anda! ¡cuéntame un cuento!».

Caperucita, Blancanieves, Hansel y Grettel… surgen entonces de nuestra memoria, junto a un sinfín de siempre eternos relatos que continúan vivos gracias a la más pura tradición oral. Pero los cuentos que nos han llegado gracias a abuelas, bisabuelas y tatas, sin embargo, no son los únicos que podemos contar a nuestros hijos: el universal arte de contar cuentos engloba también el no menos meritorio talento de inventarlos o reformarlos a nuestro-su gusto ¿Os atrevéis?

El mundo singular de los cuentos infantiles

«Había una vez un niño triste, una madrastra egoísta y un hada madrina muy guapa…»
Si queréis que vuestro esfuerzo imaginativo tenga éxito, en primer lugar debéis saber en qué consiste esta aventura de contar cuentos. Un cuento es una historia para niños, una recreación del mundo adecuada a ellos…un modo particularísimo de mostrarles la realidad. En definitiva: una prueba de fuego en la comunicación entre generaciones.

Tras el «erase una vez» hemos de desarrollar una historia con buenos y malos, con heroicidades y travesuras, llena de elementos reales -emociones, miedos, alegrías- que el niño va captando conforme conoce el mundo que le rodea.

Pero tampoco pueden faltar elementos fantásticos, magia, hadas y brujas con poderes más o menos extraordinarios y limitados. Cada hijo exigirá un combinación diferente, variando la proporción de esos elementos según evolucione su capacidad de asimilar el mundo real que le rodea. Todo un reto paternal.

Un cuento ‘serio’

«Había una vez un país en el que vivía una princesa que cantaba muy bien con su padre el Rey. Ocurrió que una bruja pasó por allí y quiso apoderarse de la voz de la doncella…»
Contar un cuento no es un juego. Más bien es algo muy serio, que debemos hacer a conciencia.

Un cuento ha de tener, por definición, su comienzo o presentación -los personajes se encuadran en una situación-, el nudo o trama -cuando «ocurren» las cosas, los protagonistas toman sus decisiones, etc.- y el desenlace, que ha de ser coherente y lógico para la mente de nuestro hijo.
Todo cuento ha de tener su final. Y debe ser bueno, definido, que aclare lo que ocurrió con cada personaje de la historia.

«… y entonces llegó el leñador, que empezó a darle bastonazos al oso hasta que éste salió corriendo. Cuando se fue, el conejito salió del agujero y pidió perdón al leñador por sus travesuras, y desde entonces ambos fueron buenos e inseparables amigos, y colorín colorado este cuento se ha acabado.»

Abracadabra

«…pero el oso Pelusón no sabía que el mago Aldano tenía una varita mágica que le había regalado una vez su hada madrina. Bastó un «toquecito» de la varita sobre la lenta mula Cecilia para que ésta se convirtiera en una briosa y veloz yegua, que les condujo hasta el palacio…»

La intervención de la magia, las hadas o cualquier otro personaje fantástico pueden ser de inmensa ayuda, pues no restarán coherencia al relato a los ojos del niño, pero le darán una nota mágica muy estimulante para él. No debemos olvidar que, al tiempo que creamos los cuentos, estos a su vez son fuente de inspiración para la imaginación de nuestros hijos.

Si nosotros inventamos una bruja con la escoba rota o un hada pelirroja, una vez acabe el cuento, ellas seguirán viviendo en la imaginación del niño. Nuestros personajes tendrán una vida propia, a partir de la cual los mismos niños inventarán nuevas historias. ¿O acaso alguien no recuerda el impacto que le causó en su infancia la fórmula mágica «abracadabra»?

Buenos buenos, malos malos

«… al perro Miguel le había ocurrido como a tí, que había perdido un calcetín. Sabía que mamá se enfadaría, así que en vez de contarselo, escondió el calcetín que le quedaba…»

Si queremos contar un cuento a nuestro hijo de 4 años, al de 7 o a la de 3, habremos de bucear en su cabecita para poder perfilar un mundo imaginario con una estructura similar al suyo: una abuela olvidadiza y cariñosa, un padre con autoridad y todo poderoso, un hermano travieso… y un protagonista bonachón pero con debilidad por el chocolate y las travesuras, identificable con él mismo. Por supuesto, no han de aparecer todos los personajes que conforman su mundo, pero sí debe haber paralelismos simples y sencillos.

El cuento será un instrumento inigualable y muy efectivo para ir inculcando en el niño la diferencia entre el Bien y el Mal. Los personajes de los cuentos no admiten ambigüedades: o son buenos, o son malos, pero no hay mezcla de defectos y virtudes, para no confundir.

Lo que sí debemos incluir en todos los personajes son debilidades, pequeñas tendencias como la pereza o la glotonería. Es importante que el niño pueda identificarse, que aprenda a descubrirse en ellas. Los personajes repletos de virtudes, que sólo son buenos, no son aconsejables, pues si el niño no puede identificarse, se siente «malo» y crece engañado.

Pequeños románticos

» … cuando el pequeño oso Robin supo que su padre le estaba buscando por el bosque, corrió a encontrarlo y éste le recibió con tal abrazo que le dejó los huesos molidos. Luego fueron a la casita del bosque, donde mamá osa le recibió con un pastel, y Robín le prometió que nunca nunca volvería a escaparse de casa.»

¿Qué contamos en el cuento? Historias de amor, por supuesto, que es de lo que los niños entienden. En nuestros cuentos no puede faltar el amor sencillo y puro que ellos conocen, de padres, hijos, hermanos y compañeros de pupitre.

Por mucho que adornemos la historia con detalles accesorios, no podemos olvidar que para ellos los temores, ansiedades y alegrías giran siempre en torno al cariño: la tragedia es no ser querido, y la alegría encontrar quien te quiera. Partiendo de esa idea, podemos dejar volar la imaginación.
Nuestro mejor premio será que, en breve, nuestro hijo nos tire de la pernera del pantalón y comience a recitar la cantinela: «Cuéntame el cuento aquel de…»

Carmen Bassy

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