Actualizado 20/10/2022 10:14

Beatriz Cazurro: "Los padres ideales no existen, es un mito"

Entrevista a la psicóloga Beatriz Cazurro
Entrevista a la psicóloga Beatriz Cazurro - PLANETA

¿Las vivencias de nuestra infancia influyen en los padres que somos? Viajamos a nuestra niñez con la psicóloga Beatriz Cazurro, experta en Psicoterapia con niños y adolescentes, que acaba de publicar Los niños que fuimos, los padres que somos (Planeta), para estudiar la realidad de lo que estamos haciendo con nuestros hijos.

En esta entrevista, la psicóloga Beatriz Cazurro, creadora de campañas que se han hecho virales como En sus zapatos y Children Too, en defensa de los derechos de la infancia, señala que nuestras experiencias pasadas, creencias y mitos afectan en cada una de las decisiones que tomamos y que pueden entorpecer y dañar la relación con los hijos.

Y es que la neurociencia ha demostrado el inmenso impacto que los adultos tenemos sobre los niños, pero pocos adultos somos conscientes del impacto que nuestros adultos tuvieron en nuestra infancia. Beatriz Cazurro aporta en este libro herramientas para liberarse de falsas culpas que impiden a los padres disfrutar de ver crecer a sus hijos.

El impacto de los padres en la infancia

¿Cómo definirías a un buen padre o buena madre?
Creo que lo más importante es poder conectar con los niños y las niñas y poder entender lo que les pasa. A muchos adultos no resultará tarea muy complicada porque no nos conocemos. No somos capaces de conectar con nuestras necesidades y a la hora de ponernos delante un niño o una niña nos cuesta mucho. Entonces, en este contexto, creo que ser buen padre o ser buena madre parte del compromiso de querer aprender y de empezar a dar pasos en esa dirección.

Entonces, ¿cómo podemos ser mejores padres? ¿Qué podemos hacer para para mejorar?
Quizá no se hable tanto de esto, pero para mejorar una de las cosas más importantes es reconocer el nivel de estrés que tenemos a lo largo del día.

Es muy difícil conectar con los niños o tratarles bien si tenemos muchas cosas que nos estresan.

Entonces, aunque no sea directamente en relación con los niños y las niñas, creo que es importante revisar los niveles de estrés, revisar nuestra vida, nuestro estilo de vida, nuestras necesidades y cubrirlas de la mejor manera posible para que el tiempo que podamos dedicar a nuestros hijos sea de calidad. Ya que otra de las cosas que quizá parezca básica, pero no lo es, es encontrar tiempo. Hay situaciones familiares que son muy complicadas, pero intentar tratar de encontrar tiempo para pasar exclusivamente, para poder escuchar, para poder estar, para poder conectar con nuestros hijos y con nuestras hijas es esencial.

Afirmas en tu libro que somos los mejores padres que pueden tener nuestros hijos, pero muchos sentimos que no llegamos al ideal, ¿qué nos pasa?
Los padres ideales no existen, es un mito y además no tienen que existir. No, no es necesario que seamos padres perfectos. Lo que si hace falta es que seamos conscientes y que seamos personas que estemos conectadas y que podamos estar presentes. Pero no somos ideales, y la exigencia de serlo muchas veces es justamente lo que nos desconecta y no nos permite verles.

También hablas de lo que denominas maternidad estigmatizada, ¿por qué existe tanta presión social en torno a la maternidad?
Muchas madres se sienten culpables cuando dan a luz a su hijo y tienen depresión posparto. Pero no es culpa suya, se puede explicar científicamente y es normal. Creo que para superar esta presión social necesitamos poder hablar con libertad de lo que supone ser madre y de las partes menos bonitas o menos agradables, de los cansancios, de la tristeza, del rechazo, a veces, de las dificultades... Debemos generar espacios tanto en entornos cercanos como en entornos sociales, donde esto sea lo normal y poder hablarlo para normalizarlo.

Dejemos atrás el romanticismo de que ser madre es lo mejor del mundo y que si no te parece siempre todo maravilloso, es que lo estás haciendo mal porque toda la culpa que surge a partir de ahí.

Y ¿qué podemos hacer para acabar con la culpa?
Creo que se trata de hablar con honestidad de lo que supone la experiencia para los padres y para las madres en espacios seguros donde poder ir integrando todas esas cosas para poder ir caminando hacia un lugar donde estemos cómodos nosotros y donde nuestros hijos se sientan escuchados y estén seguros.

También afirmas en tu libro que todo lo que no sea un buen trato es maltrato, ¿significa que, en algún momento, todos los padres hemos sido maltratadores?
Eso no significa que seamos maltratadores, pero todo lo que no es tratar bien es tratar mal. Ahora bien, tenemos que ver también cuáles son las dinámicas. Todos fallamos. A veces todos tenemos un mal día. A veces todos hablamos un poco peor y es normal y es parte de las relaciones normales. Pero se puede reparar, se puede pedir perdón y acercarte a tus hijos y enseñarles cómo es reconocer un error y hacerte cargo del error y mejorar para la siguiente. Pero cuando son situaciones muy explosivas, van a tener un impacto en el desarrollo emocional y físico de nuestros hijos. Y creo que es muy importante que, aunque suene fuerte, no nos guste escucharlo y nos incomode, lo podamos decir también con mucha claridad para reconocer el daño que podamos estar haciendo y poder hacernos cargo de mejora.

Siguiendo con este tema, ¿por qué consideras que la sobreprotección no es un buen trato?
Suena más bonito porque parece que la sobreprotección es proteger un poco de más. No hay ningún problema en proteger a nuestros hijos cuando lo necesitan. Pero, cuando hablamos de sobreprotección, estamos hablando de controlar situaciones en las que ellos podrían perfectamente valerse por sí mismos, situaciones en las que están explorando y descubriendo el mundo. Son necesidades nuestras, estamos cubriendo con control. Es otra forma de control diferente a los gritos, a los azotes, a los castigos, pero sigue siendo control y sigue haciendo sentir mal porque no estamos permitiendo un desarrollo y un crecimiento para el que sí están preparados los niños que fuimos. Los padres que somos tendemos a idealizar nuestra infancia y a quitarle hierro a los asuntos escabrosos que nos han sucedido: "bueno, pues a mi me ha pasado y aquí estoy". Vale, porque esto de idealizar la infancia es un mecanismo de defensa hablando desde un punto de vista psicológico.

¿Crees que la felicidad puede llegar a frustrar en determinadas situaciones adversas cuando no se experimenta al dar a luz, en pareja o cuando conciliar nos resulta muy difícil?
Si, sobre todo, cuando se entiende la felicidad como una especie de alegría perpetua, y si no se experimenta hace sentir mucha culpa y mucha vergüenza. Cuando empezamos a poder hablar de lo que no es tan alegre o de las cosas que nos enfadan, podemos encontrar otros espacios donde conectar. Al final los seres humanos somos seres sociales y tenemos un problema si no podemos mostrar lo que nos pasa de verdad, si no podemos mostrar lo real, no hay posibilidad de encontrar una manera de volver a una línea base donde poder seguir avanzando. Si nos sentimos mal, vamos a generar más culpa, más vergüenza, más malestar. Vamos a generar más estrés y va a ser mucho más difícil continuar y poder disfrutar de las partes más disfrutables de la maternidad de la paternidad.

Para terminar, ¿por qué crees que los límites son una de las mejores herramientas que tenemos los buenos padres para ser mejores padres?
Los límites son una herramienta imprescindible para ser buenos padres, sobre todo cuando se habla de criar con respeto, de tratar a los niños como personas que se merecen respeto. Los límites se pueden poner con firmeza, con respeto, con cariño y con amabilidad. Y deben ser muy claros, y dan muchísima seguridad. Por eso creo que es importantísimo, para ser buenos padres, que ellos entiendan que nosotros nos hacemos cargo y que cuando hay un peligro, cuando hay algo que no les va a hacer bien, podemos decir no.

Marisol Nuevo Espin

Te puede interesar:

- Establece prioridades: cómo olvidarte del estrés

La tristeza posparto

- Sentimiento de culpa en padres, inteligencia emocional para adultos

Por qué gritar a los niños nunca es la solución