Cómo alcanzar la madurez en la juventud
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Todos los que pasan la juventud dan por supuesto que han alcanzado la madurez, pero tal vez no sea así. Los años de educación deberían desembocar de modo natural en la placidez de una etapa serena, en la que, por fin, los hijos sean dueños de su propia vida. Sin embargo, no cabe duda de que muchas personas no han sabido -o no han podido- alcanzar la madurez, ese desarrollo pleno de su personalidad al que deberían haber llegado con la edad que tienen.

Hay quien da a la madurez un sentido negativo, como negándose a admitir el paso del tiempo. Son aquellos que consideran la juventud como valor supremo, pero que suelen quedarse tan sólo con las apariencias de juventud. Y, sin embargo, se trata de una etapa con tantas posibilidades y atractivos como la precedente.

Realidad y sabiduría para alcanzar la madurez

La madurez no es desencanto: consiste en esperar de la vida lo que ésta puede dar. A los niños les está permitido que sus sueños sean desorbitados, pero una persona que dejó atrás la infancia y la juventud debe haber aprendido a tomarle medida a la vida. Atenerse sabiamente a la realidad es, sin lugar a dudas, un principio de sabiduría. Los excesos, también en las aspiraciones, son malos.

No es bueno para alcanzar la madurez humana ponerse como objetivos aspiraciones excesivamente ambiciosas; porque entre otras cosas es la mejor manera de exponerse a sufrir frustraciones innecesarias. El perfecto desarrollo de la personalidad debe estar sujeto a un control, a unas medidas de prudencia y a huir de todo exceso indebido, cuyas malas consecuencias son a veces irreversibles.

El mundo de los deseos en la juventud

La madurez presupone saber distinguir muy bien entre el mundo de los deseos y el mundo de la realidad. El hombre maduro es un buen conocedor de la realidad tanto ajena como personal. Esto no supone de modo alguno que la persona madura no tenga ilusiones. Las puede tener, pero sabiendo que las ilusiones no se identifican automáticamente con la realidad.

Debe existir una moderada desconfianza de poder hacer realidad todos nuestros proyectos, lo cual no implica que no pongamos todos los medios a nuestro alcance -incluida la ilusión- para obtenerlos, pero debemos contar con que hay cosas que no dependen de nosotros y antes las cuales difícilmente podemos hacer algo. Es una señal clara de inmadurez presuponer que todos nuestros deseos se alcanzarán con facilidad.

Autoestima, un valor indiscutible en la madurez

Sin madurez no hay autoestima, por muy grandes que sean los éxitos que se alcancen. Aceptarse supone conocerse y asumir sin dramatismo la propia realidad. Al hombre le es fácil idealizar su valía personal, e incluso es frecuente que en momentos depresivos se infravalore, a veces hipócritamente. Lo que verdaderamente es difícil -no lo consiguen todos- es tener un conocimiento realista de su persona y aceptarlo. El aforismo griego "conócete a ti mismo" sigue siendo una asignatura pendiente para muchos.

Aceptarse cuesta, porque cuando se es joven con frecuencia se valoran más las deficiencias (incluso físicas) que las virtudes. Sólo el tiempo nos ayuda a entendernos y a descifrar en parte ese gran misterio en que se resuelve nuestra personalidad. En términos absolutos no puede hablarse de un joven maduro, porque todavía no ha tenido el tiempo suficiente para descifrar el lenguaje con que está escrita su vida. Eso no implica que en términos relativos hablemos de jóvenes maduros o hasta de niños maduros.

Personas serenas, madurez plena

Una de las manifestaciones más claras de haber alcanzado la madurez es la serenidad con que se enfrentan los problemas. Todos corremos el riesgo de engrandecer con nuestro nerviosismo aún más las situaciones difíciles. Llamar la atención, el deseo de que nos compadezcan, la actitud de queja, el no querer aceptar la realidad: son causas todas ellas que explican por qué son pocas las personas que ante las contradicciones de la vida reaccionan con serenidad.

A las cosas hay que darles la importancia que tienen, ni más ni menos, si no la vida se complica innecesariamente. No es sensato añadir a las dificultades reales otras imaginarias, propias de nuestra inmadurez. La vida no se soluciona dándole un sentido trágico, sino resolviendo sus problemas.

La serenidad es un valor que debe ser inducido desde la infancia. Ya Séneca afirmaba que frente a los acontecimientos externos a nosotros poco o nada podemos hacer, en cambio sí está en nuestro poder ser dueños de nuestro ánimo. La serenidad evita en nuestras vidas el desconcierto. Tener unos valores últimos que trasciendan y dan sentido a nuestra vida, ayuda en gran manera a que no surja la desesperación ante la desgracia.

Proyectos personales, claves en la madurez de los jóvenes

La madurez difícilmente puede llevarse a cabo sin un proyecto personal. Tener algo que realizar (con ilusión) en la vida, es uno de los caminos más rápidos para madurar a nivel personal. Tener un proyecto personal no supone tener un catálogo pormenorizado de normas a seguir. No es éste el camino para alcanzar una personalidad madura. El formalismo está muy lejos de la madurez.

Los proyectos personales requieren necesariamente reflexiones interiorizadas, que después se convierten en convencimientos personales. Sólo el que es fiel a sí mismo puede llegar a ser él mismo.

Ricardo Regidor
Asesoramiento: Miguel-Ángel Martí. Autor del libro La madurez, Ediciones Internacionales Universitarias.

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