Habéis descubierto a vuestro pequeño en una mentira y os alarmáis, no es para menos. Hay que actuar rápidamente, porque la mentira es algo que debéis corregir desde el principio. La sinceridad es una de las virtudes más importantes. Desde que vuestro hijo empieza a hablar hasta los siete años, hay que impulsar el hábito de hacerlo con sinceridad. Si vuestro hijo miente, el primer paso es siempre averiguar por qué.
Educar en la verdad es una meta importante que compete fundamentalmente a los padres. Somos los responsables de ayudar a nuestros hijos a ser personas sinceras, en las que se pueden apoyar los demás sin dudar. La sinceridad es una de las principales virtudes que, como padres, debemos enseñar a vivir, entusiasmando a los hijos para que aspiren a ser reconocidos como personas veraces, trasparentes, genuinas, leales, honradas, rectas y justas. Para ello, existe un principio irrebatible en educación: el ejemplo de los padres precede a la conquista de todas las virtudes.
Los padres como modelo a imitar
Los hijos, sobre todo los más pequeños, basan su aprendizaje en la capacidad que tienen de imitar. Esta capacidad actúa acompañada de un Período Sensitivo expresado en las «ganas de repetir la acción» que ha observado, por lo tanto, este proceso no se realiza sin tener un modelo en el que reflejarse.
Los niños desarrollan sus cualidades gracias a los estímulos recibidos y a su condición de ser libres y responsables. El principio de Premack dice: «tendemos a repetir las acciones que nos resultan satisfactorias y a no repetir las que nos resultan desagradables». Esto es, las emociones positivas nos empujan a repetir un acto y al contrario ante una emoción negativa. Por ejemplo, si vuestro hijo comprueba que no disfrutáis con una historieta increíble que os acaba de contar, esta sensación negativa irá apagando su necesidad de mentir.
Dentro del ámbito de la familia muchas veces se miente: se murmura, se adula, somos ambiguos, se difama, se juzga mal, se es hipócrita, se le echa la culpa a otro o, se dice la verdad a medias; en todos estos casos no se está viviendo la sinceridad. Por esto, en primer lugar es conveniente reflexionar sobre los modelos a imitar que les estamos ofreciendo a nuestros hijos. Es en la familia donde se educa en la verdad y se enseña la sinceridad a los hijos, desde muy pequeños, y el valor de decir siempre la verdad, aunque cueste.
El ejemplo de los padres es importantísimo. Expresiones como: «Dile que no estoy» cuando llama alguien, son detalles que afectan sobre todo a nuestros hijos e indirectamente a todas las personas con las que nos relacionamos.
Mentiras o fantasías: cómo saber la verdad
El período sensitivo de la sinceridad tiene dos partes, explica Fernando Corominas, Presidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación (IEEE), «la primera se ubica cuando son pequeños y confunden la verdad con la fantasía, pero se les puede ir orientando para que distingan la verdad de lo que no lo es. La segunda parte comienza a partir de los seis o siete años, dependiendo del niño, al llegar al uso de razón. Cuando esto ocurre, pueden tener el concepto de verdad y saber cuándo una cosa está mal hecha. Sin embargo, es importante inculcar este aprendizaje antes, porque de pequeños pueden coger una serie de vicios, que luego les ayudan a mentir».
En la fantasía el protagonista de ésta suele ser un niño con mucha imaginación, que cuenta historias imposibles. «Es propio entre los 3 y los 6 años disfrutar construyendo su mundo, comprobando cómo pueden modificar la realidad con arreglo a sus deseos; se trata de historias increíbles de hechos imposibles con personajes fantásticos. Los padres deben estar pendientes para a medida que crezcan encauzar esa actividad mental y verbal hacia lo lúdico o hacia el arte», afirma Macu Lluch, pedagoga y master en Psicología del niño y del adolescente.
En la mentira el niño modifica la realidad con una intencionalidad concreta que para ellos resulta positiva: «Si digo esto mi mamá se pondrá más contenta, que si digo que la señorita me ha castigado»; «si no digo que tengo deberes para mañana, podré jugar más esta tarde».
Maite Mijancos, directora del IEEE, explica que «no hay que llamarlos nunca mentirosos, pero sí hacerles sentir que nos duele su falta; tampoco indagar», porque tan solo conseguiremos que se vuelvan más astutos.
A partir de los 4 años comienza gradualmente la conciencia de mentira, es decir, en su interior alberga la intención de modificar la realidad. Por eso, la acción de los padres debe empezar sobre esta edad, haciendo hincapié en la valoración positiva de la sinceridad. Las mentiras suelen ser de dos tipos: mentiras de compensación, cuando intentan aproximarse al yo ideal si son conscientes de alguna limitación; y, mentiras de exageración, que van unidas a episodios de la vida real.
Ana Armillo
Asesoramiento: Macu Lluch. Directora del Centro de Asesoramiento Educativo Integral.
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