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Por qué no podemos tolerar las faltas de respeto

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Las faltas de respeto destrozan los hogares. No sólo las relaciones familiares sino a las personas que las cometen y a quienes las reciben. Por eso no las podemos tolerar.

Una falta de respeto esconde mucho más que una salida de tono. Detrás hay una falta de caridad, de amor hacia los demás, egoísmo, ira, inseguridad disfrazada de soberbia…

Poner límite a las faltas de respeto nos ayuda a que nuestros hogares sean lugares en los que dé gusto vivir, hogares con dialogo, debate y discusión, que son necesarios, pero con tolerancia, cariño y generosidad, que son imprescindibles.

1. Cuando se falta al respeto, se pierde toda razón.

Perder el respeto por los demás en una discusión es anular todos los argumentos que se fueran a defender porque lo único que queda es el daño causado.

2. Faltar al respeto implica negarse a escuchar al otro.

Quien falta al respeto está demostrando que no le interesa lo que los demás tengan que decirle, que solo cuenta su criterio y niega cualquier otra opción.

3. El que falta al respeto no valora como igual al otro.

Cuando alguien falta al respeto, considera que los demás no son dignos más que de su ira, que no merecen su tiempo para el diálogo y la comprensión.

4. Quien falta al respeto no se respeta a sí mismo.

Curiosamente, el primer damnificado de la falta de respeto es el que la comete, porque demuestra que sólo sabe usar argumentos basados en la fuerza.

5. Faltar al respeto provoca un clima irrespirable.

Esa familia que queremos, ese hogar luminoso al que dé gusto volver, esa alegría contagiosa, desaparecen en cuanto aceptamos las faltas de respeto.

6. Una falta de respeto es una falta de caridad, de amor.

Detrás de una salida de tono, un grito, un portazo o un insulto hay un problema de egoísmo, de respeto, de amor y de caridad, de no poner al otro en el centro.

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