Publicado 03/09/2012 01:07

Niños jugando: pequeños emprendedores

Numerosos estudios señalan que los niños (de entre 3 y 7 años) de las últimas décadas son menos activos y pasan mucho menos tiempo que anteriores generaciones en espacios abiertos y en la naturaleza.

Estos niños desarrollan, a menudo, estilos de vida muy sedentarios ligados a un consumo excesivo de televisión y videojuegos. La investigación está demostrando que el juego no estructurado en entornos naturales, o abiertos e inspiradores, aumenta la autoeficacia de los niños, entendida esta como la consciencia de la propia capacidad/habilidad de resolver problemas y de alcanzar objetivos. Una autoeficacia que va a dinamizar algunas funciones ejecutivas como: a) la capacidad de fijar metas; b) de inhibir la respuesta y evitar la impulsividad; c) de focalizar la atención, y d) de perseverar en la acción.

La total ausencia de juego libre en entornos naturales, o por lo menos en entornos amplios y atractivos, podría suponer consecuencias en su desarrollo cognitivo, en la maduración neuronal, es decir, en el despliegue del propio talento.

La investigación señala incluso que el juego en estos entornos reduce los síntomas del déficit de atención en algunos niños. En general crece la sociabilidad y se mejora, para poner un ejemplo, en asuntos tan vitales como respetar los turnos del juego sin perder el control.

Además, se ha constatado el hecho de que el exceso de pantallas va ligado a menudo al consumo de alimentos muy calóricos. En España se ha triplicado en los últimos treinta años el número de niños con sobrepeso (que llegan al 26,1%) u obesos (que llegan al 19,1%). El niño que juega en entornos abiertos/naturales gana en experiencias llenas de realidad y sobre todo despliega actividad física. Por su parte, el niño pasivo, cuando la sobreestimulación de las pantallas desaparece, puede convertirse en un ser que anda entre el aburrimiento y la ansiosa búsqueda de nuevos estímulos externos reclamando mucha atención de los adultos. Existen investigaciones que señalan que el exceso de exposición a las pantallas podría suponer problemas de atención a partir de los 7 años.

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