El problema del cambio climático es, en buena medida, un problema de educación, un problema de hábitos que ayuden a conservar el medioambiente, un problema de valores: el del cuidado del entorno en el que vivimos, el del compromiso con el bien común, el de la importancia de dejar como legado a las generaciones futuras un mundo en el que puedan habitar.
Y todo esto lo podemos conocer a través de los medios, lo podemos enseñar y aprender en las aulas, pero donde mejor se interioriza es en casa. Por eso la familia es un agente imprescindible para luchar contra el cambio climático, para cuidar la casa de todos.
La casa de todos, entendida como el medioambiente, no se diferencia demasiado del hogar. En familia cuidamos del entorno no solo porque vivimos en él, sino porque los demás viven en él y porque en el futuro también otros vivirán en él. Por eso, el primer aprendizaje necesario es el concepto de prójimo, la necesidad de ocuparse de quienes están a nuestro alrededor por encima de nosotros mismos.
Salir de nosotros mismos supone dejar de pensar en el individuo como centro de atención y esa es una de las grandezas de la familia, donde se forma el individuo, pero siempre matizado por el bien de la comunidad. Este cambio de paradigma cambia la forma de entender el cuidado de la naturaleza.
El estilo de vida familiar sobre el cambio climático
En materia de ecología, si pensamos en el individuo, es difícil advertir el impacto que su estilo de vida puede tener sobre el conjunto del clima. El individuo centrado en sí mismo tiende a valorar su comodidad por encima de otros elementos y puede resultar más cómodo ser altamente contaminante. Ser ecológico requiere, en muchas ocasiones, aceptar un grado de incomodidad por un bien común que no podemos percibir de manera inmediata.
Por eso es tan importante el sentido de pertenencia a un conjunto que se adquiere al vivir en familia. Nuestra preocupación va más allá de nosotros mismos y afecta a los demás. Y se aprende con rutinas tan simples como que no podemos alargar el tiempo de la ducha, no solo porque malgastamos agua, sino porque los otros necesitan el baño o porque el último se queda sin agua caliente.
Trasladar esta percepción del prójimo al conjunto de la sociedad es un camino que debemos recorrer con nuestros hijos cuando reflexionamos sobre pequeños detalles de nuestra vida que nos ayudan a ser menos contaminantes, como mantener una temperatura adecuada de la casa, evitar dejar las luces encendidas o acudir a hacer la compra en lugares en los que no utilicen empaquetados de poliuretano.
La huella ecológica de una familia
En la familia podemos recorrer todos los pasos del proceso hasta llegar a nosotros para que comprendan la «huella ecológica» de cada producto y cómo cerrar el grifo mientras nos lavamos los dientes está relacionado con el estado de los embalses u optar por caminar hasta el colegio limita los gases de efecto invernadero.
El Instituto de Investigación Climática de Postdam ha puesto en marcha un programa en el que participan 90 hogares de Berlín. El objetivo es modificar las rutinas de las familias para tratar de reducir en un 40% la huella carbónica. Los primeros resultados que arroja este estudio, aún en marcha, son esclarecedores. Los participantes expresan su enorme satisfacción cuando consiguen contribuir de manera significativa a frenar la contaminación. Pero lo que más destacaban es cómo, gracias a la reflexión que hacían al tomar cada decisión para reducir la contaminación como familia, había un aprendizaje compartido que los ha hecho mejores.
La casa común: nuestro maravilloso planeta Tierra
Si desde las familias resulta sencillo trasladar el mensaje de la casa común, también lo es aprender a pensar en las futuras generaciones. La primera forma de hacerlo es recuperar la memoria de las pasadas y cómo ha perdurado su legado en nosotros en forma de lo que somos y de cómo vivimos. Las historias que transmiten nuestros mayores de una época en la que se reciclaba por necesidad, había pocos productos contaminantes y todo tenía un segundo uso, son un buen aprendizaje.
En paralelo, las familias reiteran de manera habitual en su discurso la importancia que tiene lo que hoy se hace para lo que mañana se logra. De la misma manera que los hijos aprenden que el esfuerzo por el estudio es la mejor herencia que les dejarán los padres en forma de capacidades para valerse por sí mismos, trasladamos que heredarán la tierra y que necesitamos comprometernos con ella.
Así pues, en las familias no hay salto generacional en cuanto a la preocupación por el medioambiente puesto que todos entienden la necesidad de ser ecológicos para garantizar que los hijos, los nietos, los bisnietos de cada casa podrán disfrutar de su entorno.
Alicia Gadea
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