Algunos padres llegan a plantearse una duda: si ellos educan a sus hijos en los buenos valores, ¿no se aprovechará de ellos el resto del mundo? Si mis hijos aprenden a ceder el sitio, nunca les dejarán sentarse. Si son honestos y rectos, otros se llevarán el dinero. Si piensan siempre en los demás, no conseguirán nada para sí.
¿Qué deben aprender los niños en casa y qué deben aprender en la escuela? Es en casa donde se interiorizan los buenos modales, se adquieren los hábitos y se desarrolla la capacidad de amar. Y en la escuela deben colaborar con los padres. Pero preocupa una sociedad que ha hecho dejación de funciones en esta materia. Y no solo por lo que ocurra en las aulas, sino por lo que pasará, el día de mañana, cuando esos niños sean adultos.
Las sociedades no son mejores ni peores por generación espontánea. Las características que conforman una sociedad dependen del sumatorio de los individuos que la constituyen. Sabemos que en sociedades en las que el fraude y la corrupción está a la orden del día y se tolera igual desde la más baja cuantía -el fontanero sin factura, ese dinero cobrado en B- hasta las más altas instancias -los numerosos y flagrantes escándalos de latrocinio en la política-, suele faltar una adecuada formación de la base de valores en ese sentido. No se trabaja lo suficiente el concepto del servicio público, del ‘dinero de todos’, no se traslada la idea de que, el que defrauda, no engaña a la administración, engaña a todos los ciudadanos.
A cambio, nuestra sociedad sigue manteniendo un alto compromiso con la virtud de la caridad en el valor de la familia. Cuidar de los nuestros, en particular cuando están enfermos, solos, ancianos o más necesitados, sigue siendo un compromiso transmitido de generación en generación. En otras latitudes se tienen que plantear incluso la constitución de un Ministerio para la Soledad, acuciados por un problema que la sociedad no ha sabido resolver sola: quién cuida de una población avejentada por la falta de nacimientos si la familia no entiende el valor que entraña hacerlo.
La transmisión de los valores es la piedra angular sobre la que se apoyará la sociedad del mañana.
De la asunción de esas virtudes por parte de los niños y adolescentes dependerá el modelo de persona adulta que organizará al conjunto social dentro de un par de décadas. El niño que hoy se comporta como un grosero, el que acepta el bullying como forma de relacionarse con los demás, el que no comparte, el que no tiene respeto por los mayores, el que no está acostumbrado a ceñirse a unas normas que le vienen impuestas, trasladará todas esas características a su vida de adulto. El día de mañana quizá sea un empresario sin escrúpulos, un acosador en ciernes, tal vez dedique ímprobos esfuerzos a pagar menos a Hacienda y le importe poco o nada el dictado de la ley.
El problema real de la mala educación de los niños y adolescentes no radica en su comportamiento en las aulas, sino en que no podemos esperar que cambie cuando sean adultos y ese será el comportamiento que tengan en la sociedad en la que nosotros viviremos cuando seamos ancianos.
¿Qué ha pasado? 3 causas de la mala educación de los niños
1. Efecto péndulo
Entre la actual generación de niños y adolescentes y la de sus padres existe un abismo educativo provocado por lo que los sociólogos llaman el ‘efecto péndulo’. El grupo de los que hoy son padres vivió en familias marcadas, eminentemente, por modelos educativos excesivamente autoritarios. En su nueva faceta, se han desplazado hasta el extremo contrario y se han convertido en demasiado permisivos. Y si lo que dicen los padres no se acompasa con lo que explica la escuela, la situación es aún más complicada.
Son numerosos los estudios científicos que explican los beneficios de una educación en la que se combinen ambos elementos: la exigencia con grandes dosis de autonomía y sin exceso de sobreprotección.
2. Los padres no dan ejemplo
El problema es que el mensaje difícilmente cala en los niños si no lo están viendo permanentemente como ejemplo en los adultos. Y los mayores son los primeros que han dejado de lado las normas que se consideraban la base de la convivencia y el civismo. Por muchos esfuerzos que los profesores lleven a cabo en el aula, solo lograrán reforzar los valores que se hayan aprendido en casa. Si en casa no hay valores, no los podrán reforzar.
3. Los padres ya no tienen tiempo
Buena parte del problema de la falta de educación en los hogares se deriva de la falta de tiempo físico para educar. Los horarios de trabajo extendidos de los dos progenitores hacen que los niños pasen muy pocas horas efectivas en las casas, si descontamos las de sueño. Eso genera que haya cada vez menos oportunidades para educar a los hijos, ya sea directamente, o con el ejemplo.
El problema de fondo: en busca de soluciones
1. No se considera importante
El problema de esta falta de concepción de la importancia de la educación en buenos modales, en gestos de amabilidad, en compañerismo, en preocupación por los demás, es, posiblemente, que los padres no se paran a pensar en las consecuencias a futuro. Pero las hay. Y no solo para sus propios hijos sino para el conjunto de la sociedad. La falta de tiempo, la vida de urgencia y estrés que marca los ritmos de las familias, impide tomar un poco de distancia sobre el verdadero reto de la labor educativa y las consecuencias de cada uno de nuestros actos como padres.
2. No se percibe relación con situaciones cotidianas
A veces cuesta relacionar qué vinculación puede tener un pequeño hábito adquirido por nuestros hijos con el desarrollo de su forma de ser ulterior. Pero las grandes virtudes se adquieren por la consolidación de pequeños hábitos. Y los pequeños hábitos son más fáciles de adquirir en la primera infancia.
Así, no hace falta que un niño comprenda en toda su profundidad el sentido del «gracias» o el «por favor» para que aprenda a utilizarlos casi de manera automática. Será después cuando consiga decodificar su importancia. Para entonces no le costará nada comportarse correctamente. Sin embargo, por mucho que sepamos que un preadolescente comprende el sentido de la gratitud, si no tiene inculcado el hábito de ser agradecido, será muy difícil que lo consigamos a estas alturas.
De la misma manera que incluimos las verduras en su dieta mucho antes de que entiendan las diferencias entre nutrientes o el funcionamiento de su aparato digestivo, incluimos las normas de conducta básicas, de convivencia, que les permitirán, el día de mañana, comprender conceptos más complejos como el perdón, la solidaridad, el compañerismo, el respeto o la obediencia.
3. No se percibe relación con situaciones futuras
Si pudiéramos viajar en el tiempo y comprobar las consecuencias de cada uno de nuestros más pequeños actos educativos en la vida adulta de nuestros hijos, le concederíamos a esta tarea la trascendencia que realmente tiene.
En efecto, en muchas ocasiones a los padres nos cuesta vincular la relación que existe entre que se hagan la cama solos y que consigan un puesto de trabajo o entre que pongan la mesa para la cena y sean capaces de gestionar una familia. Pero esa relación existe y, cuando los padres la perciben, ponen un enorme interés en cuidar los detalles educativos más pequeños, porque de ellos dependerán los grandes.
María Solano
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