Los hijos no son tontos y se dedican a tantear hasta dónde pueden llegar con sus padres en el afán por satisfacer inmediatamente sus deseos; en muchas casas, ellos son los que mandan verdaderamente. No es cierto que en los hijos se generen frustraciones o traumas por retrasar o denegar sus peticiones, porque no puedan hacer todo lo que quieren y cuando lo quieren.