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Semana de notas: el reto de decir a cada hijo lo que necesita

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Esta semana los colegios reparten notas. Buenas, malas y regulares. La dificultad estriba en que no hay una receta mágica para este momento. Tenemos que adaptar nuestro mensaje a las características específicas de cada uno de nuestros hijos. Lo que vale para uno, no vale para los demás.

Corregir sin hundir

Cuando las notas no son buenas y además sabemos que nuestros hijos no se han esforzado lo suficiente, toca «recalcular ruta» y corregir el rumbo, porque esa es nuestra labor aunque a veces resulte incómoda. Lo hacemos porque cuando aprendan a dominarse a ellos mismos, a sacarse el máximo partido, a organizar mejor su tiempo, a no procrastinar, a aceptar que el camino adecuado es el esfuerzo, su vida será más sencilla.

Corregir es necesario, pero la dificultad estriba en encontrar el balance para evitar que se hundan y opten por tirar la toalla. Es decir, la corrección debe ir acompañada de motivación, de esperanza y de un perdón sincero. Así el mal estudiante se encontrará arropado a pesar de la necesaria reprimenda y recuperará la autoestima que necesita para ponerse a trabajar. Toca, eso sí, un control mayor para ver que los planes se cumplen, porque es muy importante remontar y empezar a obtener buenas calificaciones.

Cuando el esfuerzo no lleva recompensa

Posiblemente, una de las situaciones más duras para los padres es gestionar un boletín de notas lleno de malas calificaciones de un hijo que se ha esforzado enormemente pero que no consigue alcanzar los resultados esperados. Y es que uno de los aprendizajes más dolorosos es que aunque todo esfuerzo merezca recompensa, no siempre se logra el objetivo deseado.

Cuando hay algún problema de aprendizaje, ya sea con un diagnóstico preciso (TEA, TDA, TDAH, dislexia…) ya sea que simplemente le cuesta más comprender y retener el contenido, nuestra labor de apoyo es especialmente importante porque realmente el resultado no es justo. Tenemos que transmitirles resiliencia, constancia, perseverancia y fortaleza para que comprendan que no todo se consigue rápido.

Además, tenemos que trabajar para descubrir si existe algún tipo de apoyo que les podamos facilitar para que mejoren sus resultados, apliquen técnicas de estudio más adecuadas o desarrollen destrezas y habilidades para la adquisición de conocimientos.

Felicitar sin conformarse

Hay un tipo de estudiantes que, en expresión popular, consiguen pasar de curso a curso porque «viven de las rentas», es decir, sin demasiado esfuerzo obtienen calificaciones razonables, más que aprobadas, incluso notables en algunas ocasiones, pero que infrautilizan los talentos de los que disponen. Son esos alumnos a los que el profesor siempre les envía un mensaje del tipo «si te esforzaras un poquito más…»

Como padres esta situación es especialmente complicada porque si bien no se pueden reprender unas buenas calificaciones y, además, no se debe caer en el juicio permanente que les desaliente, no es menos cierto que el esfuerzo es, para nosotros, más importante que el resultado.

Un buen consejo es evitar la palabra «pero» y sustituirla por «además». En lugar de decir, «bien, pero podrías haber sacado más», lo colocamos en el punto de partida del resto de su propia vida al decirles «bien, y si además el curso que viene te esfuerzas un poco más, irás aún mejor».

Cuando hay que restar importancia a los estudios

Unas buenas notas no son sinónimo de ausencia de problemas necesariamente. A veces los buenos estudiantes corren el riesgo de caer en un exceso de perfeccionismo que empiece a distorsionar la vida de los estudiantes. Si se obsesionan demasiado con mantener un ritmo de calificaciones, acaban frente al abismo de los riesgos de salud mental: depresión, ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria…

Por eso, cuando nuestros hijos son muy perfeccionistas, hay que alegrarse por los resultados y mostrar que las notas no son lo más importante para nosotros y que los querríamos igual con resultados diferentes.

Cuando hay que bajar los humos

En el punto contrario al de los demasiado perfeccionistas tenemos estudiantes que tienen la autoestima demasiado elevada y se creen invencibles. Es una actitud que puede acabar contagiándose a otros campos de la vida, y no queremos educar a personas soberbias. A veces, el tiempo nos da la razón y les devuelve algún mal resultado que modela su humildad.

También nosotros debemos aplicarnos en este sentido para compaginar la merecida felicitación con el necesario razonamiento de que no hay que vanagloriarse de los dones recibidos sino agradecerlos.

Maria Solano. Profesora de la Universidad CEU San Pablo y directora de la revista Hacer Familia

Para más información: 

Lo que no te han contado sobre tu hijo y te gustaría saber

Kiruca Utrera
Lo que no te habían contado sobre tu hijo y te gustaría saber

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