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La fragmentación de la identidad en mil pedazos

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¿Qué tiene que ver con nosotros la fragmentación de la identidad? Mucho. No en un nivel patológico, pero sí existencial, es decir, en cómo entendemos el mundo, enfrentamos nuestros problemas y vivimos nuestras relaciones. Puede ser que, sin apenas darnos cuenta, vivamos una vida social fragmentada en ámbitos distintos en los que nos comportamos como personas diferentes.

En los años 70, se hizo en Estados Unidos un estudio sobre los valores usados en la toma de decisiones en el que se analizaban varias compañías, entre ellas una de automóviles. El resultado fue sorprendente. Un ejecutivo de la compañía consideraba las muertes anuales por accidente de tráfico como un coste asumible para la empresa y la sociedad, compensado por los beneficios que el automóvil aporta a la economía. Para el mismo ejecutivo, sin embargo, la muerte de un miembro de su familia en accidente era considerado una catástrofe que nada podría compensar.

No obstante, el mismo ejecutivo, a la hora de reclamar daños y perjuicios, era capaz de establecer una suma que resultase aceptable.Aparecen aquí tres ámbitos en los que los valores de la misma persona cambian radicalmente hasta volverse incompatibles. En realidad, tenemos a tres personas distintas -el ejecutivo, el padre y el litigante- viviendo bajo la misma piel roles incompatibles.

El ejecutivo tendría que dejar al padre y al eventual litigante a la entrada de la puerta de su despacho. El ejecutivo, por su parte, no podría pretender consolar a su mujer en el funeral de su hijo fallecido y el litigante tendría que dejar sus escrúpulos en casa para luchar por una compensación económica en los tribunales.

Multiples roles dentro de una misma persona

El problema de la identidad es el de la relación de lo uno con lo múltiple. Es decir, de una persona con múltiples historias en las que habita al mismo tiempo y en las que desempeña roles distintos: su familia, sus amigos, su trabajo, sus aficiones, etc. A veces nos gustaría que nuestra vida fuera menos compleja, más unitaria, donde no hubiera que vivir muchas vidas dentro de una sola, como esas matrioshkas rusas que se esconden unas dentro de otras.

Desgraciadamente, eso no es posible. Vivir en sociedad significa aceptar unos roles y asumir otros. Algunos no se eligen -ser hijo, padre, hermano- otros sí -ser médico, profesor o policía-. Todos ellos influyen en nuestra personalidad y contribuyen a definir nuestra identidad: quiénes somos y cómo debemos actuar. Hay quién no le gusta que le digan cómo tiene que comportarse y entiende todas estas historias y roles como restricciones a su libertad. Pero la ‘identidad pura’ no existe. Todas esas historias han añadido algo a nuestra identidad. Si desaparecieran, no sabríamos quiénes somos.

La educación que reciben las mujeres

Durante mi estancia en Estados Unidos me llamó la atención la educación que reciben las mujeres. Desde pequeñas se les enseña que deben ser autónomas, no depender de sus maridos hacerlo todo bien y estar siempre disponibles para todo el mundo, a ser posible con una sonrisa… algo realmente agotador.

Su objetivo es llegar a ser esposas perfectas, cariñosas y disponibles; madres también perfectas, amigas de sus hijos e hiperprotectoras; amas de casa diligentes con hogares de película y, como guinda del pastel, ejecutivas de éxito en su empresa liderando equipos y generando ingresos astronómicos.No exageraría si dijera que siete de cada diez mujeres que hablaban conmigo reconocían sentirse superadas e infelices.

El problema era que cada una de esas historias las vivían como separadas del resto y en eterno conflicto. Como profesionales se sentían mal por no estar más tiempo con sus hijos; como madres, frustradas por no poder llegar más alto en su trabajo; como esposas, en competencia con sus maridos en la educación de sus hijos y en la toma de decisiones; como amas de casa sentían que su hogar nunca sería ni suficientemente bueno o grande ni estaría bastante ordenado.

¿Podemos ser felices con una identidad fragmentada?

En definitiva, no eran felices porque así es imposible serlo. Habría que hacer felices a cuatro personas distintas.¿Cómo hacer para no volvernos locos? ¿Existe alguna forma de mantener una cierta unidad o, al menos, un orden entre todas estas historias que son nuestras vidas? No es fácil, pero es posible y vale para cualquier miembro de la familia. Se llama ‘priorización‘ y consiste en poner primero lo que debe ir primero.

Partamos del principio que tenemos ya claro: la identidad se basa en las relaciones personales. Como no todas las relaciones tienen la misma importancia, la identidad depende en mayor medida de las relaciones personales más relevantes: el matrimonio, la paternidad-maternidad, la amistad y la profesión, por ese orden. Unas son objetivas -nos vienen dadas y no podemos rechazarlas, como por ejemplo ser hijos o padres- y otras subjetivas, porque las elegimos, pero podemos abandonarlas en algún momento.

Cada relación o historia trae consigo lo que llamamos «límites» que deben respetarse para no dañar la relación y poder vivirla en plenitud. La unidad de la vida, el orden o el equilibrio, como queramos llamarlo, depende de priorizar ciertas relaciones y respetar sus límites.Esto tiene un efecto potentísimo en nuestra psicología y nuestro espíritu: el de tener muy claro quiénes somos en primer lugar: esposos y padres o madres.

Todo lo demás se debe ajustar a los valores y criterios que se derivan de esa doble condición. El amigo y el profesional que aspiramos a ser se regirán por el esposo y padre que ya somos. Esto da unidad y orden a la vida. Una amistad, trabajo o afición donde no pueda ser esposo y padre van a acabar fragmentándome, rompiéndome. «¡Qué visión más estrecha y anticuada tiene este señor!», estará pensando a estas alturas algún lector. Insisto, la identidad no es algo exclusivamente individual que yo me fabrico a mi gusto. Tiene algo de social y cultural que mi entorno y tradición me ofrece.

Al final, podemos aprender algo del trastorno de identidad disociativo. Aunque convivan 23 personalidades en Kevin, solo una o dos son las que llevan la voz cantante y deciden cuándo el resto de las personalidades sale a la palestra.Vivimos en una sociedad fragmentada. Es necesario aceptarlo porque ésta no va a respetar los espacios propios de cada una de nuestras historias.

Es posible incluso que los ponga en conflicto (la famosa conciliación familia-trabajo). No podemos esperar que otros nos ordenen la vida. Es nuestra responsabilidad comprender quiénes somos a la luz de nuestras relaciones o historias. Lo hermoso es comprender que nuestra identidad se basa más en lo que somos que en lo que hacemos o tenemos.

Y somos hijos, madres, esposos y amigas antes que trabajadores o miembros del cabildo municipal. La felicidad está en el orden y este consiste en poner primero lo que somos. Solo entonces podremos lanzarnos a la conquista de otras historias.

Jaime de Cendra

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