Los padres y la inteligencia emocional
Los padres y la inteligencia emocional - THINKSTOCK

A diario, los padres nos vemos en situaciones con los niños en las que resulta fácil perder la calma. Poner en práctica una serie de habilidades para solucionar problemas cotidianos familiares con inteligencia emocional nos ayudará a evitar sentimientos de fustración o culpabilidad que suelen atormentar a los padres.

En el terreno de las habilidades sociales, es fundamental predicar con el ejemplo: los niños aprenden esencialmente por imitación, por tanto, si ponemos en marcha conductas emocionalmente inteligentes al educar, es más que probable que nuestros hijos las repitan.

Por ejemplo, es esencial que les hablemos con naturalidad de nuestras emociones (tanto de las agradables como de las desagradables) al expresarles cómo nos sentimos. Así mismo, es necesario reflexionar sobre los valores que queremos transmitir en nuestra familia, sentirlos y vivir de acuerdo a ellos. Para conectar con los hijos, no basta con saberlos o decirlos, ¡hay que vivirlos!

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Padres emocionalmente inteligentes

Al educar a nuestros hijos, con frecuencia se producen conflictos (antes de ir al colegio, con los deberes, en la cena o a la hora de irse a dormir) que, en ocasiones, nos hacen perder la calma tanto a padres como a hijos, obteniendo justo el efecto contrario al deseado y, dejándonos en ocasiones, un sentimiento de culpabilidad, resentimiento o frustración.

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Por este motivo, es clave saber cómo recuperar la calma para poder resolver el conflicto con inteligencia emocional. Imaginemos que nos estamos enfadando porque vemos que nuestro hijo nos está desobedeciendo. Antes de dejarnos llevar por el enfado, sería bueno, parar y:

-   Darnos cuenta de nuestras emociones: "¿Qué es lo que me ha sacado de mis casillas? ¿Qué pensamientos estoy teniendo? ¿Me ayudan a mantener la calma o me están alterando? ¿En qué parte del cuerpo estoy sintiendo el enfado? ¿Mi comportamiento y mi actitud están ayudando a resolver la situación?

-   Hacer algo para cambiar nuestra emoción, desde tres dimensiones:
1.   Nuestra mente: cambiar nuestros pensamientos, cambiar nuestro objetivo: en vez de  centrar mi objetivo en que el niño me obedezca, me puedo centrar en mantener la calma mientras lo consigo, o recordar que mi labor como padre/madre es ayudar a mi hijo a ser su mejor versión, a sacar lo mejor que llevan dentro.

2.   Nuestro cuerpo: cuando nos enfadamos, inconscientemente cambiamos nuestra respiración (pasa a ser más rápida y superficial) y nuestra postura (se tensa),  además, segregamos cortisol en la sangre, lo cual nos hace sentirnos cada vez peor y perjudica nuestra capacidad para razonar. Cambiando nuestra postura, nuestra respiración y relajando nuestros músculos, podremos recuperar la calma con más facilidad y idear formas creativas de resolver el conflicto.

3.   Nuestro comportamiento: si hacemos siempre las mismas cosas, obtendremos siempre los mismo s resultados. Podemos cambiar lo que hacemos, por ejemplo, dejar de mirarle fijamente observando cómo hace cualquier otra cosa menos lo que le hemos pedido y salir de la habitación,  o  cambiar la forma en la que decimos las cosas: por ejemplo, en vez de repetirle mil veces lo mismo, recordarle una sola vez  las consecuencias de sus comportamientos (con la firmeza del que sabe que  está educando a su hijo en la responsabilidad y el respeto) y dejándole espacio para reflexionar y tomar una decisión.

Si vemos que nuestros hijos están alterados, es necesario que les ayudemos a calmarse para poder razonar posteriormente.

Carmen García de Leaniz y Lola Gutiérrez. Profesoras del Colegio Everest Monteclaro

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